Un profesor harto del comportamiento de una alumna decide telefonear a sus padres para pedirles que se pasen por el colegio. Acude a recepción, pide a la encargada el número y les llama: “Oiga, quisiera verles urgentemente. Mañana mismo a ser posible. Lo de su hija es intolerable…”. La cita queda cerrada.
Al día siguiente el profesor llega a la recepción del colegio a la hora convenida y ve en los bancos de espera únicamente a un matrimonio de raza negra, lo cual no encaja en sus esquemas pues la alumna en cuestión es blanca. Repasa rápidamente todas las posibilidades, llegando a la conclusión de que ha habido un error. Hay padres blancos con hijos adoptivos negros, pero a la inversa no conoce ningún caso. Con la seguridad de que ha habido alguna suerte de equivocación, se acerca a la encargada de recepción para hacerle partícipe de sus dudas. Ella repasa la lista de teléfonos y se da cuenta al momento de que se equivocó de renglón. A quien ha llamado, por tanto, es a los padres de la única chica negra de clase, que es aplicada y amable, además de sacar muy buenas notas.
El profesor se acerca desencajado al matrimonio, que aguarda muy serio y muy callado a que alguien le diga algo. Se presenta, explica a la pareja que ha habido un terrible error, que lo siente, que su hija es “un amor”, que no hay otra como ella en clase y que pueden estar orgullosos. El matrimonio acepta las disculpas y se va silencioso. Esta breve historia real concluye con un maravilloso epitafio. Al día siguiente, cuando el profesor entra al comedor del colegio su mirada se cruza con la de la niña en cuestión (a la que aún no había tenido oportunidad de ver). Ella, desde su asiento, le hace una simpática mueca de reproche mientras estira una mano a un lado y la mueve lateralmente como diciendo que va a darle un cachete. Él sonríe apurado.