El mar como una balsa. Quieto, sin una sola ola. 28 grados de temperatura. El viento, imperceptible. Y en el calendario: 1, 2, 3, 4, 5 de octubre… ¿Cuba? ¿Jamaica? ¿Cancún? No. Escalerona de San Lorenzo, Gijón, mar Cantábrico. El verano se prolonga felizmente hasta instalarse, en su mejor versión, en pleno otoño. Hay más grados que en agosto, hay menos viento que en agosto y la mar está mucho más rica que en agosto: yodada hasta las cejas, espesa, aceitosa. Entras sin pensarlo, te extiendes sobre ella como si fuera el Mar Muerto y quedas así, inmóvil, para la posteridad, rodeado de unas pocas cabezas bañantes que entran y salen entre comentarios bonancibles.
Quien se haya bañado esta semana en San Lorenzo conoce el secreto. Quien ha probado la ambrosía ha repetido un día tras otro. Da igual que caiga un chaparrón a una hora indeterminada. Al final, entre la una y las dos, todos los días ha habido una temperatura tropical, una mar en calma y una sobredosis de yodo esperándote. Pero muchos gijoneses, la gran mayoría, se han puesto el traje de invierno y no lo quitan aunque el sol les abrase. Así de esclavo es el calendario, que dicta costumbres por estúpidas que parezcan. En agosto la playa reventaba a diario y un servidor desertaba a otras más confortables; en septiembre quedó el puñado de siempre y así llevamos 35 días de placer terrenal con tintes celestiales.
Pero en esti Xixón la queja siempre está en la boca. En la Escalerona una mujer dice a la de al lado: Ay fía, parez que echo de menos les oles, aunque sea una olina chiquitina. Lo dice medio en broma, pero lo suelta, en lugar de reiterar: qué maravilla. En el periódico es mucho peor. Les muyeres, que van camino de ser mayoría, no callan con el calor. Es cierto que la redacción es una sauna, por aquello de la acumulación de humanidad. Pero no es menos cierto que ni una sola hace un comentario positivo. Todo son quejas del calor. Y yo salto como un estertor: ¿Ninguna está contenta de estos días de solazo? ¿Preferís que llueva? Es el inconfundible ADN local. Si llueve, se clama por el sol. Si está nublado, se clama por el sol. Ahora bien, si sale el sol, se dice ‘qué calor’. Entonces, ¿cuál es la temperatura idónea para una gijonesa? Nunca lograremos que nos revelen el gran secreto. La consigna de la villa de Jovellanos (más femenina que masculina en cuestión meteorológica) es protestar. Cagarse en el tiempo aunque tengamos un estratosférico verano otoñal. Mientras ellas se quejan por los siglos de los siglos, un servidor, señoras y señores del jurado, cogerá hoy de nuevo el atillo y se irá de cabeza a la playa. Haya sol, lluvia o truene. A este cilúrnigo feliz no le saca de la playa ni la Guardia Civil.