Ella se planta en el escenario como un pavo real, desplegando raza, pelo, pechugas y, sobre todo, voz. Mira al respetable de frente, coge aire y se arranca con esa memorable frase: Grabé tu nombre en mi barca… Él la mira arrobado, admirante. Y ella prosigue: Me hice por ti marinero / Para cruzar los mares / surcando los recuerdos / Fui tan feliz en tus brazos / fui tan feliz en tu puerto / que el corazón quedó preso de tu cuerpo y de tu piel…. Introducción estelar que da pie a ese estribillo rotundo que dice: Como una ola tu amor llegó a mi vida / como una ola de fuego y de caricias / de espuma blanca y rumor de caracolas / como una olaaa…. Ella canta como una diosa de esta España nuestra. Él la mira como un dios de esta España nuestra. Ella es Rocío Jurado. Él es Raphael. Ella acaba la canción entre aclamaciones del respetable y Raphael, atónito por la sobrehumana garra de esa descomunal ola, sólo alcanza a decir: “Por dios. Por dios. Por dios. Rosío, por dios, por dios”. (pinchar aquí)

Desde el pasado viernes, cuando Raphael dio su segundo concierto de tres horas en el Teatro Jovellanos, mientras un servidor trabajaba sin poder tener la experiencia religiosa de verle siquiera una sola vez en la vida, el único consuelo ha sido Youtube. En Youtube, la ola de la difunta Jurado ha sonado y resonado por el hogar hasta la saciedad. Y ya puestos, de la ola de Hispanidad uno ha pasado a ser aquel que cada noche te persigue, a escuchar la tablet por casa en carne viva y a volver de Raphael a la Jurado para sentirla una vez más diciendo eso de que si amanece y ves que estoy despierta es que de tu amor aún no estoy cubierta, ámame otra vez, ámame otra vez….  

De niño, reíamos mucho en casa cuando salía Raphael en la tele (pinchar aquí). A veces quitábamos el volumen para reír más todavía con sus gestos. A partir de los 11 años, precozmente, me hice un tipo duro. Empecé a comprar elepés de Bowie, Doors, Rainbow, Bruce, Pink Floyd, Peter Gabriel, Madona y monstruos así. También de Silvio Rodríguez, Lluis Llach, Serrat y Paco Ibáñez. Y de Alaska, Kaka de Luxe, Loquillo, Mecano, Miguel Ríos. Y en ese tótum revolútum, clásica incluida, se abrió de repente un nuevo filón que quería negarme a mí mismo: Rapahel, la Jurado, Antonio Molina, Concha Piquer…. O sea, la España de siempre, la folclórica, la cañí. Llevé una doble vida oculta hasta que un día me atreví a ir a una tienda de Gijón a comprar un disco de Azúcar Moreno. A partir de ese día, no me oculto. Paso de Eric Burdon a Raphael sin inmutarme. De John Mayall a la Jurado. Y de Camarón a Lady Gaga. Mis orejas no conocen límites. Aceptan heavy, blues, pop, música electrónica y hortericismo a partes iguales. Sin complejos. 

Es todo lo que tenía que decirles. Como bien sentenció Lola Flores en aquel temazo, Se acabó (pinchar aquí). Porque esto es un escándalo, un auténtico escándalo. Ya lo dejaron plasmado en las crónicas de EL COMERCIO Miguel Cane en su ‘Phabuloso Raphael’. Y Pelayo Pastor, que concluyó su artículo ‘Intensidad quinceañera’ con una anécdota vivida en el hall del Teatro Jovellanos, tras el concierto. Una octogenaria feliz pregunta: “Romanín, ¿gustote?”. Y Romanín, que va de la mano de su novia, responde: “¡Muy heavy, güelita!”.