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Adrián Ausín

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Momento Haneke

A veces vas al cine a divertirte. A veces vas a ver una buena película, aunque en vez de diversión lo que te produzca es desasosiego. Si ves ‘Amor’ sentirás desasosiego. Si ves ‘La cinta blanca’ sentirás desasosiego. Si ves ‘Funny game’… Mientras Billy Wilder quería entretenernos, hacernos pasar un buen rato; Michael Haneke hurga en las heridas del hombre: el egoísmo, la incomunicación, la violencia, la vejez. Ambas opciones son legítimas e incluso recomendable su convivencia. Unos nos distraen, otros nos concentran. En esta segunda acepción, Haneke es un maestro y así se lo ha reconocido la Fundación Príncipe de Asturias, lo que nos permitió a los gijoneses de a pie disfrutar ayer, durante una hora intensa, de la compañía del director, guionista y profesor austriaco en el Teatro Jovellanos.

El homenaje a Haneke tuvo un gran maestro de ceremonias. Hans Meinke glosó a las mil maravillas la figura del cineasta, tarea en la que le ayudarían la profesora Margarita Blanco y los críticos Jordi Costa y Jordi Balló. Entre los cuatro describieron tan bien su obra que sus brillantes intervenciones menguaron los tiempos del interpelado. Dejó no obstante Haneke sus perlas para la reflexión. La primera fue la de recordarnos que todos tenemos un monstruo interior al que debemos domesticar. La segunda versó sobre los ítems de infelicidad de cada cual: “Todos somos maestros mundiales en barrer bajo la alfombra aquello que no queremos ver y cuando la alfombra se llena de porquería acaba moviéndose. Está claro que pide ser aireada, como la verdad”. La tercera aludió a la creciente incomunicación entre las personas en la era de las pantallas. “Hemos ido aprendiendo algo de gramática, pero no sabemos comunicarnos”, apostilló. De ahí que el humano dedique al día muchas más horas a pantallas (ordenador, móvil, tablet, televisión) que a todo lo demás. Esto último lo dice servidor, que disfrutó tanto con Haneke como con el entrañable Meinke (jurado del premio), los vídeos proyectados sobre su obra y la música que abrió y cerró el acto.

Hoy, en la Facultad de Filosofía, el director austriaco dijo que odiaba el crujido de las palomitas en el cine. E invitó a quienes desean trabajar en el séptimo arte a no buscar escenas simplemente bonitas, sino a aspirar a que éstas tengan un significado. Tener a Haneke por Asturias, a los padres del famoso bosón de Higgs, a los del CERN, a la Sociedad Max Planck, a la fotógrafa Annie Leibovitz, a Muñoz Molina, Olazábal o la ONCE es algo enriquecedor para todos. No sé si los que piden alegremente la República tienen preparado algo parecido. Pero, bajo el paraguas de la Monarquía, estos Premios Príncipe traen a Asturias cada año mucha riqueza intelectual, reflexiones preñadas de sustancia y una difusión internacional de esta tierra nuestra que vale su precio en oro. En esta Semana de los Premios, los asturianos nos sorprendemos viendo en la televisión tal cúmulo de actos de relieve en Oviedo, Gijón y Avilés que al más escéptico se le dibuja una mueca de orgullo en el rostro e incluso, por qué no, una cierta emoción contenida. Coges la gaita, te asomas a la ventana y antes de arrancarle las primeras notas, lanzas un sentido ¡puxa Asturias! para celebrar estos días tan rellenos de contenido.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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