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Adrián Ausín

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Pis y caca

Cómo ha cambiado el cuento desde que fui pequeño. Entonces, en el Eliska, levantabas la mano para decir en plena clase aquello de “señorita, ¿me permite?” y ella te dejaba siempre ir al baño. Tenías 6, 7 u 8 años. Luego, al llegar al Codema, en 5º de EGB ya ni se te pasaba por la imaginación pedir permiso durante las clases. Por mucha gana que tuvieras, te aguantabas hasta el recreo de las once. O sea, que te habías hecho un pequeño gran hombre. Ahora todo es distinto. Hombres y mujeres de veintitantos años ponen el grito en el cielo porque no les dan permiso para ir a hacer pis en plena oposición para lograr una plaza fija vitalicia de enfermero en Asturias. No tienen costumbre, al parecer, de quedarse quietos en un asiento un par de horas ni les alcanza la sesera a razonar que por más que realmente les apetezca hacer pis la trascendencia del momento rebasa la importancia de cualquier imprevisto. Los niños de veintitantos años exigen ir al baño y como no les dan permiso llaman a la prensa, hacen declaraciones, se ponen en contacto con los sindicatos médicos y poco más que llaman al tribunal de La Haya.

A uno que ya ve la vida desde el ecuador le causan pavor cada vez más cosas. Siempre le enseñaron que de casa se sale meao y cagao. Pero claro, en estos tiempos que corren, de obligaciones parece vetado hablar. Solo tenemos derechos. Derecho a entorpecer una prueba para 7.080 personas pidiendo ir al servicio, derecho a llevarte el móvil en el bolsillo para llamar a un amigo y pedirle que te aclare una pregunta (¿o se mete un celador contigo al baño?), derecho a que pese a ser siete mil la prueba empiece a las once en punto, derecho a levantarte en el instante en que la terminas aunque los demás sigan escribiendo, derecho en definitiva a ser un veinteañero impertinente que sale a la calle exigiendo sin dar nada. A las quejas que transmitirá hoy el Satse a la Consejería de Sanidad por tamaños desmanes, acaso añadan la inverecundia de que los 300 sufridos celadores que participaron en la organización de este mastodóntico examen no sirvieron café con pastas durante su celebración ni se tomaron siquiera la molestia de elevar el ánimo con unas piezas de la Banda de Música de Gijón.

Y levantado el revuelo juvenil, a los sindicatos les han seguido ya la pista los políticos, oliendo comida para la rueda de prensa, como los buitres. “Esto es intolerable”, ha clamado el PP. Antes de escribir estas líneas has ido al baño, no fuera a ser que tuvieras que parar. Aconsejas humildemente lo mismo a quienes vayan a hacer el examen de su vida. Ahora bien, vista la indignación que ha levantado en las masas juveniles, la solución es sencilla: suspenderlo, anular las 472 plazas, ahorrarnos un dinerillo a los contribuyentes y que los exigentes examinados caguen y meen sin problemas, allá donde gusten, el resto de sus días. Ya lo decía aquel sabio llamado José Luis Coll: “Este país necesita un repaso”.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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