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Adrián Ausín

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Humillado en San José

Hay recuerdos imposibles de borrar. Están grabados a fuego en tu ADN y no hay dios que los haga desaparecer. Cuando ibas a la catequesis en la iglesia de San José sin mucha convicción, pues eras con ocho años un agnóstico en ciernes, hubo un día en el que tocaba cantar a coro; todos los niños juntos, como hermanos, miembros de una iglesia, caminando al encuentro del señor. De aquélla (y de ésta) no tenías un buen concepto de tu voz, así que mientras todos los niños cantaban en las primeras filas del templo tú sólo abrías la boca gesticulando suavemente hasta que el cura te pilló in fraganti.

Quizá fuera don Carlos; ese es el nombre que te viene a la memoria; quien interrumpió la canción de golpe y te señaló con el dedo. A ver tú, que no estás cantando, canta tú solo. Se hace de repente un silencio sepulcral. Los niños obedecen. Y callan. Y tú te ves señalado por el gran cura, por la autoridad celestial, por el gran representante de dios en la Tierra, quien, para tu hundimiento global, proclama: Canta tú solo. Colorado como un tomate, con el corazón palpitante, impulsas aire a tus cuerdas vocales de niño para continuar la canción, sabedor de tu nefasto sentido del ritmo, consciente de que vas a hacer el ridículo. Inicias aterrorizado la estrofa que va a continuación. Pero el gran educador bendecido por la Santa Iglesia Católica no duda en echar más leña a ese fuego que carcome tu vergüenza con una altisonante orden: Más Alto. Tú elevas el tono al momento, consumido por las miradas de los demás niños, la gran mayoría desconocidos. Él deja prolongar la agonía unos eternos segundos, quizás quince o veinte, después de los cuales, satisfecho, incorpora a la cantinela al resto de la imberbe tropa.

Ese recuerdo arrinconado en la memoria afloró anoche en una conversación referida a las añoranzas, a los sufrimientos de la infancia, a las palizas físicas que algunos recibimos en nuestros colegios de cabecera y a las mentales, como la referida. Cantar en solitario en San José resultó verdaderamente humillante ante aquel representante de lo divino y de lo (in)humano. A mí ya me visteis, debiste de pensar entonces. Hiciste la primera comunión en San José el 6 del 6 del 76, premonitorios seises, con la mente concentrada en los regalos, en la foto de familia en la plaza de los Mártires, en el partido de fútbol en campo grande y la comilona en el Somió Park; en todo menos en el presunto significado religioso de aquel ceremonial. Sólo te infundía respeto la seriedad de tus padres, su implicación en todo aquello, en el gran festejo que habían organizado. En tu fuero interno ardía ya en una gran hoguera la venerabilidad de esos hombres de negro que se suben a los púlpitos para arengarnos sobre más allá y se van luego a pegarse farturas en el más acá, acaso para hacer tiempo mientras llega el gran juicio final. Gracias, don Carlos, por abrirme los ojos tan joven.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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