El campo te disciplina. Te marca los tiempos sin que apenas te des cuenta. Cada estación tiene sus tareas, que te pones a realizar como un autómata, casi sin planificación, con la única variante de los imprevistos. Así, en enero, en esa maravillosa quietud que marca la invernada, toca podar los árboles, una vez que han tirado toda la hoja. Sobre todo, los manzanos, para que sigan fuertes y sanos. Te cargas los chupones verticales; también alguna rama gruesa que ha tomado una longitud excesiva o se atraviesa por el núcleo central creando confusión. El objetivo es que entre bien la luz y no se carguen demasiado, siempre sin cortarles las puntas, pues esto en un manzano desencadena el caos. O podas ramas verticales o podas ramas horizontales enteras.
La siguiente tarea son las quemas. En estas mañanas quietas, alteradas apenas por el ladrido del perro del vecino o por algún graznido celeste, un fuego crea un ambiente singular. La humareda extendida lateralmente ante la falta de viento delata en sí misma la fecha del calendario y huele más rico que la mejor colonia. Como apenas tienes que segar cada cinco o seis semanas, el pradín te deja tiempo para otros menesteres. Recoger deliciosas naranjas de mesa. Alimentar la huerta con productos orgánicos (hojas, magalla, mondaduras e incluso cáscaras de mejillón). Por cierto, este año, por primera vez, el perejil no ha pasado a mejor vida. En un rincón, hay unos buenos matojos con aspecto muy sano, quizá por el ‘abrigo’ de compost que tienen alrededor. Pintar un tramo de pared donde había crecido un extraño hongo. Apartar las manzanas podres de las cuatro cajas que dejaste de reserva. Construir una pequeña pajarera con trozos de madera para colocarla en primavera. O ponerte a cazar ratones.
Este último capítulo viene obligado por la insistente visita de los roedores al habitáculo de la sidra. En diciembre recogiste las últimas manzanas y las guardaste ahí para evitar las tripadas de los topillos. Pero el fuerte olor de este cuarto, con varias partes de aireación y, por tanto, con entradas fáciles desde el exterior, provocó la visita del ratón de campo. Al ataque a las manzanas y el cierto caos generado en cada caja se sumó otro hecho más incómodo: las cagadas. Los malditos roedores cagan cada minuto, lo cual lo llena todo de su diminuta mierdecilla. Primero quitas las cajas de manzanas del cuarto de la sidra para llevártelas al taller, herméticamente cerrado. Pero ya cogieron la inercia y siguen yendo. Entonces resucitas tu cazarratones. Coges la celdilla metálica, le cuelgas dentro un simple trozo de manzana en el aire y vuelves a los cinco días. Ahí está la primera víctima. Tieso. Limpias, pones otra vez la trampa y dejas al finado roedor sobre el muro de la divisoria del prao, para dar alimento al ferre. Vuelves al día siguiente. El roedor muerto ya no está. Y en la jaula hay otro roedor vivo. Pequeñín, hasta guapín, sorprendentemente limpio, con ojinos asustados que te miran. Se remueve tu conciencia. Esto es un auténtico crimen. Pero, ¿dónde soltarlo? En tu prao no quieres ampliar una población que debe de ser excesiva y en otro no parece justo. Aplazas la decisión al día siguiente. Pero cuando vuelves el roedor está tieso. Deduces que si nosotros con 75 kilos debemos comer tres veces al día, ellos, con 75 gramos, quizá deban hacerlo cada hora. O murió de hambre o de estrés.
Te vas del prao sintiéndote un homicida. Pero cómo disuadir al honorable roedor para que no te llene de cagadas la bodega sidrera. Hace poco leíste que nada mejor para tener a raya a topillos y ratones de campo que una buena lechuza. Lo ideal para que las reglas de la naturaleza obren por su cuenta es que se vaya a vivir a tu prao una lechuza. Así que decides poner un anuncio en EL COMERCIO: “Finca de casi 3.000 metros, 80 árboles, pensión completa, gran surtido de roedores, entrada inmediata, contrato indefinido sin fianza”. Si la cosa funciona, una lechuza podría limpiar tu conciencia mientras engorda la suya. De modo que podrás volver a pensar en ese ciclo vital que marca el campo al ser humano. La huerta en primavera. Segar, recolectar y folgar en verano. La recogida de la manzana en otoño. La sidra embotellada en febrero… Y así sucesivamente por los siglos de los siglos amén.