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Adrián Ausín

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El Castillo del Buen Amor

Cuando iba camino de la trascendental batalla de Toro contra los simpatizantes de Juana la Beltraneja (encabezados por Alfonso V de Portugal y el príncipe Juan), Fernando el Católico durmió en el Castillo del Buen Amor, llamado entonces Castillo de Villanueva de Cañedo. Corría el año 1476. Fernando salió victorioso y la anexión de Zamora a la Corona de Castilla tuvo precisamente como muestra de gratitud el regalo de la fortaleza a Alonso de Valencia, el noble que cortaba el bacalao por estos pagos.

 

Un año después el castillo cambia de manos. Lo adquiere Alonso de Fonseca y Quijada, obispo de Ávila, Cuenca y Osma, quien transforma en palacio la fortaleza construida en el siglo XI. En ese apartado rincón a medio camino entre Zamora y Salamanca, el obispo se verá regularmente con su amante: Teresa de las Cuevas. O sea, que convierte el fortín militar en picadero de la santa iglesia católica, apostólica y romana. Saltamos a 1958. Sus nuevos propietarios, la familia Fernández de Trocóniz, deciden restaurarlo. Primero, para vivir en él. Más tarde, en 2003, para convertirlo en hotel de cinco estrellas. Cinco siglos después, el pueblo llano puede emular al obispo.

Enero de 2014. Llegas al Castillo del Buen Amor un viernes al caer la tarde. Se oculta, en la dehesa, a dos kilómetros de la autovía de la plata. Cuando se abre la verja, circulas entre cipreses hasta dar un giro y encontrarte una sucesión de coches en batería ante a la fortaleza iluminada. La cosa promete. En la recepción, el bar y un par de salones transitorios todo está perfectamente equipado al estilo siglo XV: mobiliario, cuadros, armaduras, chimeneas y una agradable calefacción protegida por un sistema de doble puerta en los accesos. Un impresionante patio central distribuye las estancias. Te toca la segunda planta, habitación 54. La estructura es medieval, con las vigas vistas a media altura. El mobiliario es moderno. Hace un calor excesivo, así que abres un poco uno de los dos ventanucos, desde los que se ve un laberinto vetegal como el del ‘Resplandor’. Toca ir a cenar.

El comedor está acondicionado en las antiguas caballerizas abovedadas, que datan del siglo XI, en la planta -1. Mil años te contemplan. Ahí te recibe Oliveros, amable camarero que guarda gran parecido con un periodista avilesino, de ahí que le rebautices al instante. Te cuenta las historia del castillo y te explica el menú medieval contratado en un ‘pack’: sopa del castillo, ensalada con perdiz escabechada, ibéricos y carrilleras. Suena música amable de fondo. La comida está rica. El ribera se bebe solo. Y Oliveros cada vez que te trae un nuevo plato, se va saleroso a seguir despachando con un agradable “que lo disfrutéis chicos”. Gracias, Oliveros. ¿El ambiente? Pues, como es previsible para el Castillo del Buen Amor, parejas. Varias parejas de edades variopintas.

¿Cómo se duerme en un castillo? Pues como Fernando el Católico antes de ir a repartir estopa. Como un san luis. Quizá un exceso de calor en esa cama de dos por dos. Mucho silencio. Y, pese a las expectativas, sin fantasmas. El ‘Réquiem’ de Mozart te da los buenos días en el desayuno (de 9 a 11). Luego, ‘La flauta mágica’. Te pones tibio. Fruta, jamón bueno, salmón, zumo… El comedor está lleno. De nuevo muchas parejas, algunos extranjeros de talla descomunal, también niños, incluso un par de bebés. Y música clásica en las antiguas caballerizas abovedadas. Buenas sensaciones.

 

 

 

 

El sábado sale soleado. Recorres el castillo. En el foso tiene una piscina para el verano. En el entorno te metes un poco en el laberinto vegetal. Pero solo un poco. No te vayas a quedar frito como Jack Nicholson. Pasas el día fuera en Ciudad Rodrigo y Salamanca. A la vuelta, Oliveros te ofrece cenar a la carta y hacer cuentas para no repetir el menú. Eliges croquetas de jamón deliciosas, parrillada de verduras y pincho de ternera. Atacas de nuevo el Ribera. Estás a gusto. Y cotilleas: una pareja está con dos niños muy pequeños, en otra mesa él parece el padre en lugar del marido, al lado tienes dos guiris muy altos… “Que lo disfrutéis chicos”. Gracias, Oliveros.

 

 

 

 

El domingo amanece entre brumas. Miras por los ventanucos y parece que el castillo está tomado por las ánimas. En recepción te cuentan que lo raro fue lo del sábado. Normalmente, hay días enteros en los que la niebla no te deja ver el bosque, lo que oculta el hermoso Castillo del Buen Amor a ojos indiscretos. Sin invasiones portuguesas, ni reyes combativos, ni curas pichalegres; la fortaleza se ha consagrado a un singular descanso, a vivir un sueño medieval con gastronomía castellana, ambiente de lujo y oportuna música clásica. “Que lo disfrutéis chicos”.

 

 

 

 

 

 

 

 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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