Miras la tayuela al pasar, patas arriba, con dos extremidades mirando al cielo y otras dos rotas a un lado. Lleva así cuatro días. Calculaste mal al realizar una poda (más bien una tala) y se le cayó un trozo de palmera encima que la mutiló de cuajo. Ahí quedó, en el lugar del incidente, con sus heridas de guerra a la vista en espera de que el autor de los hechos tomase una decisión: basura o quirófano.

La primera intención fue basura. Tienes dos tayuelas viejas, viejísimas, heredadas de Arsenio hace once años. Podría decirse incluso que son un pelín feúcas, pero al mismo tiempo tremendamente serviciales. Las usas para sentarte, para cambiarte, para elevarte, para pañar manzana; van de un lado a otro sin rechistar, no pesan, no ocupan, no muerden. Cuando ya te vas a ir del prau, con el reloj marcando la 1.30 de la tarde, miras para la tayuela malherida y reflexionas sobre la injusta muerte que la ibas a dar. ¿Por qué no hacerle dos patas nuevas?

En un impulso, te pones manos a la obra. Ha habido demasiadas bajas de humanos en los últimos días (Plans, Paco de Lucía, la familia Medio, Philip Seymour Hoffman, Luis Aragonés) como para cargarte una humilde banqueta alegremente, sin darle una nueva oportunidad. Te dices dramáticamente: ‘La tayuela no debe morir’. Y te dedicas a rescatar para la vida ese pequeño objeto, pues en los casos mencionados no hay mayor solución que la añoranza. Limpias los restos de las patas rotas incrustados en el asiento, buscas un buen madero, lo partes en dos, pasas el lápiz con el viejo modelo roto sobre el nuevo, vas aplicando cortes con la sierra circular, pasas la lijadora, ajustas y a las 2.10, apenas media hora después, se ha obrado la resurrección. El objeto mutilado ha revivido. Lo colocas sobre la hierba. No cojea. Parece más joven. Más vital. Le haces una foto para presumir con la muyer. Te sale una sonrisa. Pasas una mano por la superficie, a modo de caricia, y marchas para casa contento.

pd.-como ya empiezan a piar puristas y/o tocapelotas, aclaro a la prensa: ya sé que la tayuela auténtica tiene tres patas. La mía, dicho está, ye feúca e impura. Pero así todo ¡arreglela, ho! Programa guapu guapu.