Una dama inglesa replicó a la petición de matrimonio de Enrique VIII, cuando éste había dejado ya claras muestras de su afición a enviar a las esposas al cadalso: “Señor, solo lo haría si tuviera dos cabezas”. Realidad o ficción, la gracia ahí está. Enrique VIII decapitó a dos de sus seis consortes y encerró a una tercera, con lo que esta pregunta, en su boca, debía de sonar muy poco romántica; más bien se podría considerar sanguinaria. Si saltamos cinco siglos, un repaso al ámbito cercano de las gentes de Gijón arroja curiosas peticiones de mano. A una buena amiga de la esposa, su amado esperó a tenerla a las puertas de la Casa Blanca para pedirla en matrimonio. Ambos profesan gran afición a los Estados Unidos, con lo que el marco no pudo ser más adecuado. Tras la oportuna lagrimuca, sin que se enterasen Obama ni Michelle, ella dijo: Sí, quiero. Él aulló en consonancia con su apellido. Han pasado tres o cuatro años y acaban de tener el segundo churumbel.
Siguiendo con amigas de la esposa (pues servidor no casa a sus amigos solteros ni a tiros a estas alturas de la vida), otra petición de mano más reciente y menos elaborada se produjo en este Gijón del alma, hace apenas dos meses, tras una noche de copas hasta las cejas. El varón pareció coger fuerzas a base de gin-tonics como para decirle eso de “¿quieres casarte conmigo?”. Se casarán felizmente en julio, con lo que servidor volverá a ponerse corbata (la corbata) tres años después.
Pero en septiembre habrá que trajearse de nuevo. A las amigas de la esposa parecen gustarles las bodas de riesgo. Si dos se casaron ya con sendos italianos años atrás (singular coincidencia), la de la petición de la Casa Blanca lo hizo con un hombre-tanque apellidado Lobo, ahí es nada; y la del bodorrio de julio lo hará con un leonés más picotero que un enjambre de avispas, pero más majico que las pesetas. Por si esto fuera poco, la de septiembre contraerá nupcias con un carbayón al que ha seguido como una colegiala nada menos que hasta Singapur, dejando atrás trabajo, casa y costumbres. Allá se fue esta gijonesa tras un ovetense tres años atrás y allá siguen ambos preparando con frenesí su boda de septiembre como si el mundo fuera a pararse ese día.
Aunque tengamos serias tentaciones de repudiar al futuro marido carbayón por simple rivalidad local, la petición de mano organizada por el rapaz fue de tal jaez que hemos de alzar la montera picona a su paso. El muchacho pidió a propios y extraños de los cinco continentes que grabasen un breve vídeo donde dijesen “Tania, di que sí”, los enlazó y se lo llevó todo a un restaurante-acuario de Singapur, donde en el momento elegido desplegó una tableta y le puso el repetido mensaje a su amada. Todo el mundo le decía la misma frase y Tania dijo que sí, mientras inmortalizaba el momento un fotógrafo contratado para la ocasión. Impresionante este jodido carbayón que nos ha dejado al resto de los homo astures a la altura del betún.
Siquiera para aproximarte a las artes ovetenses, casi once años después de tus esposales, te atreves a robarle a Nabokov uno de los más maravillosos arranques novelescos que jamás se hayan escrito para decirle a tu amada: Alicia, luz de mi vida, fuego de mis entrañas, pecado mío, alma mía, ¿quieres volver a casarte conmigo?
Pd.-Como dice siempre el amigo Luis Muñoz, fidedigno retrato del mismísimo Felipe II, “qué bonito es el amor gustando”.