En un lugar de Gijón de cuyo nombre sí quiero acordarme no ha mucho tiempo que vivía un caballero de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Don Miguel de Mingotes se llamaba. Tomaba a diario por hacienda el arenal de San Lorenzo, donde a fuerza de insolaciones acabó por quebrar el buen juicio y mudar el raciocinio playu por disparatadas empresas que su sesera atesoró. Así fue como nuestro caballero andante se hizo servir por el buen Basagoiti, mozo entrado en ensueños artísticos, a quien cautivó con sus ansias de conquista. Alimentólos éstos el rugido de dragones que escuchara un domingo el señor de Mingotes cuando, paseando con su rocín por la vereda del Piles, quiso intuir en los mismos el secuestro de un balón de fútbol en el molino mayor que naide hubiérede visto jamás; El Molinón.
Acercose el gijonés hidalgo al bramido dominical por el Kilometrín cuando, ante la presencia del descomunal escudo del Sporting, viose embravecido su juicio, erizada su escueta cabellera y tensadas sus pantorrillas. Nada pudo detener ya a don Miguel de Mingotes quien, en aquel aciago domingo, orientó su lanza hacia el gigante, espoleó el rocín y aceleró el paso en busca de una conquista que le deparase el merecido sitio en la eternidad al que, por su espigada figura y vetusto linaje, se consideraba acreedor. Del hostiazo que nuestro distinguido gijonés se pegó conta la Tribunona dieron cuenta los legajos de la época sin que ambulancias ni curanderos lograsen devolverle ya el poco juicio que le quedaba al hombre que vio molinos y gigantes conjurados en un todo en el descomunal estadio.
De la infructuosa embestida le quedaron señales a nuestro hidalgo, que luce desde entonces las cicatrices propias de su acometida mientras busca nuevos gigantes a los que doblegar en las arenosas orillas de su hacienda de San Lorenzo, donde aguarda ballenas, tentáculos o monstruos marinos a los que asaetear con su lanza en una singular gesta que le permita recuperar el tronío perdido, el favor de su escudero y el perdón de los sportinguistas. Gloria eterna a don Miguel de Mingotes, a quien la villa de Gijón reconoce valor, porte y buena puntería en las crónicas glosadoras de su simpar ataque, que espantó nutrias asesinas y muiles milenarios; por lo que ha sido propuesto para fundir en bronce su figura y la de su fiel rocín en la simpar vereda del Piles, donde se le rendirá eterno reconocimiento. Sea.
Enlace al vídeo: Mingotes