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Adrián Ausín

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'Momento Boris' en Sanlúcar

(Dos paraísos en abril: Granada y Cádiz, 5)

Sanlúcar te recibe con un atasco semanasantero. Una procesión bloquea el barrio alto. Agente, ¿cómo puedo acercarme al hotel? “Métase uté en diresión prohibida y cuando se aserque valore uté la situasión”. A sus órdenes. El palacio ducal de Medina Sidonia sigue en su sitio, con su patio central de albero, sus siglos de poderío a cuestas y sus señoriales habitaciones. Esta vez no toca Montalto. Te derivan a Vibona, todo un lujazo con tres ventanales en el dormitorio y dos en el baño. Tras una ducha rápida, sales a la carrera a respirar Sanlúcar. Son casi las once de la noche. A tiempo para toparte con una procesión a las puertas del hotel, esnifar el incienso (que te huele a inquisión) y observar unos minutos el paso, los nazarenos y el ambiente. Ya. La cita imperiosa es en la plaza del Cabildo, así que te abres paso entre la multitud para descender por la cuesta de Belén y cuando te quieres dar cuenta, gracias a la hora tardía, estás sentado sin espera alguna en la terraza del Balbino, el buque insignia de la gastronomía sanluqueña.

La primera elección es ‘cinco estrellas’: botella de manzanilla La Gitana, tapa de salmorejo, media de jamón y media de ortiguillas. Estratosférico. A unos metros, en la heladería Toni, rematas la faena con un coco-bombón. Y te elevas sobre Sanlúcar, como Cristo resucitado. Ves las procesiones, otro rato, desde el cielo: las tribunas colocadas a ambos lados de las calles más amplias, los costaleros que salen dándose pote tras recibir el relevo, los imprescindibles acordes (lo que a ti más te presta) de las bandas de música. En ese momento, tocan ‘Pasión y gloria’. Los vaivenes laterales de los pasos, las saeteras. El pueblo vive el ritual entregado. Tanto que de un día para otro deja por su recorrido un reguero de bolsas de pipas, vasos, botellas, cáscaras y plásticos de todo tipo, que recogen los barrenderos con frenesí.

Costa Ballena también sigue en su sitio. Pese a mediar abril, hay temperatura de playa e incluso de silla y sombrilla. Novela (esta vez viajas a Angola con Kapuscinski), paseos kilométricos por la orilla y parada técnica en el chiringuito, sobre un tonel, donde toca pedir ligero: gazpacho, ensaladilla, sardinas. Siempre medias raciones. A la estresante vida sanluqueña no le falta su cita con el Bigote, el restaurante más elegantón, al que se suma el último día un matrimonio amigo recién llegado. La bacanal ofrece nombres tan sugerentes como carpacho de gambas, tataki de atún o ventresca, también de atún. Y todo esto, te preguntas, ¿no puede ser así todo el año? El aroma de las mil bodegas de Sanlúcar, el Guadalquivir marcando la divisoria con Doñana, el Bajo de Guía con sus puestas de sol, la gran pachorra de la gente, la quietud del palacio ducal… Así será durante cinco días con sus noches.

La última mañana llega con sorpresa. Estás desayunando en Medina Sidonia cuando entran en el pequeño comedor cinco viajeros, que toman asiento a tu espalda. La amable camarera les sirve sus tostadas y de repente se produce la siguiente conversación:
-Boris, ¿quieres aceite?
-Pieeerdo aseite, pero no quieeero aseite (dice Boris Izaguirre, genio y figura)
-¿Y quien no pierde aceite? (replica jacarandoso su interlocutor)


Tienes a Boris Izaguirre sentado en tu chepa. Si mueves la silla hacia atrás con ímpetu podrías hacerle tragarse la tostada de cuajo. Son cinco cincuentones, discretos, que hablan suave. Uno cuenta al resto el último escándalo andaluz al adjudicar IU, desde el Gobierno autonómico, diez viviendas sociales a dedo, saltándose a la torera una larga cola. Luego pasan a las procesiones y otro refiere cómo el pueblo sanluqueño desenmascaró la noche anterior, Jueves Santo, a su ilustre amigo. “¡Pero si e el Bori!”, imita. Con el ‘momento Boris’ toca hacer las maletas. Siempre es duro dejar Sanlúcar. Pero te quedan tres días más junto al Cabo Trafalgar, donde los ingleses nos dieron estopa en 1805. La prolongación del viaje alivia la marcha. A Sanlúcar, dice la esposa y dice el marido, tocará ir a disfrutar de la jubilación. O de la Primitiva. Ya lo saben, la ilusión es lo último que se pierde.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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