En el último mes has puesto fin a tres libros en posturas muy diversas: en la playa de Costa Ballena (Cádiz), en la hamaca de Arroes junto a la huerta (Villaviciosa) o en el sofá de casa (Gijón). Todos tenían miga. Dos son Premio Booker, lo cual suele ser una garantía, y el tercero es un pequeño desfase. Pasen y vean.
Ian MacEwan: ‘Amsterdam’. Entretenidísimo. Y bien escrito. Empieza con un funeral al que asisten los cuatro amantes que tuvo la finada. El director de un periódico, un compositor, el ministro de Exteriores británico y un ricachón, el actual marido. Enseguida se empieza a desenrollar la manta. Al periodista se le plantea la posibilidad de publicar una escabrosa exclusiva que permitiría al diario remontar su cuesta abajo, pero el asunto quizá se le vaya de las manos. El libro va girando continuamente, sorprendiendo al lector, hasta llegar a un capítulo final absurdo e incoherente con los personajes que desluce la obra. Una pena de guinda mal puesta. Pero merece la pena llegar hasta ahí.
Igor Paskual: ‘El arte de mentir’. ¡Joder con Paskual! El compositor musical, guitarrista de Loquillo y brillante colaborador de EL COMERCIO, nacido en Donosti y afincado en Gijón no es que nos abra su corazón en este libro; es que se baja la bragueta. En breves capítulos hace repaso de sus conciertos con Babylon Chat, de sus giras, de sus gustos musicales (Bowie), de la innumerable lista de polvos fáciles que se echa después de salir al escenario y de toda la droga que se mete. El libro está muy bien escrito, con simpatía y una desinhibición absoluta, algo que pocos se atreven hacer, sobre todo si estás casado y tienes dos fíos. Interesante. Pero Igor, ahora que no nos oye nadie, ¿es todo verdad? ¡Joder con Paskual!
John Banville: ‘El mar’. Banville escribe como los ángeles. Ya lo habías comprobado en ‘Los infinitos’, donde la forma triunfa sobre el fondo. Banville es cristalino, certero, delicado. En ‘El mar’ al protagonista se le ha muerto la mujer y decide volver a aquel pueblo donde veraneaba frente al mar. Quiere la casualidad que aquella casa donde vivía la familia tipo de veraneantes con la que se obsesionó en su adolescencia (primero se enamoró fugazmente de la madre y luego de la hija) es ahora una especie de pensión donde alquilan habitaciones. Allá se va a recordar, a entrelazar fragmentos del pasado que va rebuscando en su memoria. Algunos trazos son amorosos, otros serán verdaderamente trágicos. En ese viaje al pasado y al presente, un tanto desordenado, arrastrará al lector, que sin pretenderlo empezará a repasar sus propios veranos adolescentes, esos que cada día que pasa se sitúan en un horizonte más lejano.