La fuga de los osos de Artíes (Lérida) tuvo repercusión mundial. No hubo periódico, radio o televisión ajeno a la gesta de los dos ejemplares huidos del cercado de este bonito pueblo del valle de Arán. Si cualquier noticia relacionada con un oso tiene impacto mediático, ésta copó todas las primeras planas no sólo por el hecho en sí de la escapada sino también por la forma de llevarla a cabo. Aquella mañana el guarda se encontró un espectáculo digno de la más increíble fantasía. Sobre el enrejado, intacto, se apoyaban dos gruesos troncos de pino, uno a cada lado, por donde los cautivos habían trepado y destrepado. En el suelo, una nota manuscrita por un humano con letra temblorosa decía: ‘No nos busquéis’. La firmaba la huella mojada de dos pezuñas. Bajo cada una de ellas, el mismo trazo infantil aclaraba: Macho, Hembra. El guarda, atónito, dio la voz de alarma. Y todo el mundo puso el grito en el cielo haciendo especial hincapié en el peligro de dos animales salvajes sueltos habituados a comer de la mano del hombre.
La historia comenzó a escribirse en 1992. La Generalitat confiscó dos oseznos a un circo ambulante y Artíes pujó por su custodia. Construyó un cercado de unos 600 metros cuadrados,y habilitó una partida presupuestaria anual para el mantenimiento. Desde entonces, los dos machos se convirtieron en el gran atractivo turístico del enclave situado a medio camino de Viella a Bakeira. En 2007, uno de los osos murió y el otro se deprimió. Entonces le buscaron compañía en Cabárceno, de donde llegó una hembra que acusó enseguida la reducción de espacio. La pareja convivía desde entonces sin más aliciente que un chapoteo diario en el estanque, paseos nerviosos por el cercado y una alimentación repetitiva. Tenían alrededor todo el paisaje pirenaico. Pero no podían tocarlo. Así surgió en 2012 una campaña de protesta encabezada por tres agrupaciones ecologistas catalanas para urgir la excarcelación de ambos osos y buscarles un espacio más digno. Pero la cosa quedó ahí.
¿Cómo se fugaron? ¿Quién les ayudó? Las primeras investigaciones se centraron en los ecologistas. Pero las huellas tomadas por el Seprona descubrirían una realidad muy diferente. ¡Fueron osos! La reconstrucción de los hechos sería como sigue: aquella noche unos ocho ejemplares de oso pardo procedentes de Bulgaria, utilizados en la repoblación de los montes pirenaicos, arrastraron dos troncos de pino hasta el cercado, formaron una cadena y propulsaron el primero hasta que cayó al otro lado de la valla, luego apoyaron el segundo y formaron dos aspas por las que treparon Macho y Hembra. Una vez fuera, todos huyeron monte arriba con celeridad. La nota constituye una incógnita. La Guardia Civil apunta a la cooperación de un niño del pueblo que podría haber conseguido las huellas de los plantígrados sobre una hoja en la que añadió el mensaje. Camino del colegio, este niño siempre se desviaba para dar los buenos días a los osos y, al comprobar su fuga, habría deslizado el manuscrito.
Aquella primera noche, tras una marcha de unas dos horas, el grupo descansó entre la Bonaigua y Aigüestortes. Los animales se olfatearon, hicieron un corro y hablaron. Macho y Hembra lo desconocían todo de la vida en libertad. Necesitaban un aprendizaje urgente antes de la dispersión de sus salvadores, quienes les insistieron en que nunca debían acercarse al hombre. Ellos asentían con un brillo extraño en la mirada, pues después de tantos años cautivos temían no saber defenderse en libertad, carecer de habilidades para hallar alimento en cada estación, ser víctimas de alguna torpeza. Pero el colectivo lo tenía todo preparado. Los encumbraron hasta una preciosa cueva, a 2.600 metros, donde tenían de todo: bayas, hierbas, frutos, carroña e incluso un pequeño manantial subterráneo. Cuando se acabasen las reservas tenían que haber adquirido las destrezas necesarias para autoabastecerse. Los abrazos de la despedida fueron memorables. Elevados sobre las dos patas traseras, Macho y Hembra transmitieron su afecto a los osos búlgaros, uno por uno, restregándoles sus focicos y emitiendo unos suspiros entrecortados. Una vez en solitario, entraron a la cuerva y se adormilaron.
En Artíes nunca más se tuvo noticia de los dos osos. La presión mediática provocó la clausura del cercado y el Seprona, al no registrarse avistamientos, cerró el caso. Sin embargo, aquel niño al que interrogaron como principal sospechoso de la nota de despedida no pudo olvidarse de Macho y Hembra. Estaba contento por su libertad, pero triste por no volver a verlos; de ahí que muchas veces soñase que se los encontraba por el monte y jugueteaba un rato con ellos. Siempre había querido abrazarlos, pero las rejas y las advertencias de su madre se habían interpuesto en su deseo. Son animales salvajes, hijo. Son peligrosos. Una noche tiempo después de la fuga de Macho y Hembra, sintió una llamada en su interior. Desvelado, se puso las zapatillas y caminó sigiloso hasta el antiguo cercado, siguió la senda monte arriba y cuando llegó a un claro se sentó a observar las tenues luces del pueblo. Cuando se quiso dar cuenta, dos osos le relamían las orejas por detrás. Aquellos torpes abrazos le llenaron de felicidad.