Puede parecer un decorado de cuento, una maqueta de los estudios de Hollywood donde se hubiera rodado, por ejemplo, ‘Hotel Budapest’ o, en otra versión más dura, ‘El Resplandor’. Sin embargo, es una foto real aunque representa un paisaje ahora ruinoso por la mano del hombre, el depredador más terrible que pisa la Tierra. Esta fotografía en blanco y negro dormía el sueño de los justos en la típica caja metálica de recuerdos en la casa de Teresa, tu señora madre. Como últimamente andas pidiéndole muchas cosas del pasado, resucitando algunos fantasmas, ella ha hurgado por su cuenta hasta dar con esta reliquia. Es el parador de Pajares (León), rodeado de una maravillosa nevada tipo ‘Doctor Zhivago’. ¿Aparecerá en cualquier momento Omar Sharif con Geraldine Chapin tirando de un trineo? ¿O llevará con él a Julie Christie de rondón? ¿Se asomarán las gemelas de ‘El Resplandor’ a la puerta? ¿O saldrá corriendo Jack Nicholson fuera de sí con la motosierra encendida buscando una víctima a la que hacer picadillo?
Mil historias diferentes podrían dar vida a la fotografía: bucólicas, de terror o incluso animadas, pues también caben El Coyote o un cuento de Walt Disney. Pero el estado actual del edificio dista un tanto del de la imagen, pues fue comprado hace pocos años para especular y a quien esto hizo le salió el tiro por la culata. El parador de Pajares es hoy un fantasma a caballo entre dos territorios, Asturias y León, un edificio en vías de ruina donde quizá sólo podría rodarse una nueva versión de ‘Los otros’. Vamos, algo de terror decrépito. Pero como el cine invita siempre a soñar, nadie nos quita el imaginario de una resurrección.
Si Pajares es un parador en paro, el de Riaño es un parador extinguido. Destrozado primero piedra a piedra y anegado después. Vivió tiempos gloriosos, en sus sábanas se adormecieron reyes (siempre se recordó la visita de Balduino y Fabiola o las del ilustre gijonés Luis Adaro) y floreció tanto en las nieves del invierno como en los soles del verano, con el bullicioso Riaño dándole vida a apenas unos metros. La condena llegó en forma de pantano. Cuando las aguas cubrieron el valle en 1987, el parador de Riaño llevaba tiempo alimentando telarañas. Hoy no cabe ningún rodaje en sus interiores. Acaso ‘Duermen bajo las aguas’ o ‘Aquellos maravillosos años’ en versión retrospectiva. El niño que contemplaba este edificio olvidado desde la ventana del coche, unos metros antes de avistar Riaño, al inicio de cada verano, lo miraba con ojos de miedo a lo desconocido, a lo abandonado, al velo que cubría un volumen para él inabarcable. Quizá soñase con él los primeros días de julio y se viera a sí mismo caminando por espacios huecos mientras una presencia misteriosa se le aproximaba por la espalda. De la pesadilla nocturna se pasó luego a la diurna, a la desaparición del edificio y la destrucción de los veranos. Todo se desvaneció como un castillo de naipes. Aquel niño, cuando hoy ve Pajares recuerda Riaño. Para uno no hay solución posible; para otro queda un hilo de esperanza. Como cuando tras el duro invierno, Omar Sharif rompió una ventana cegada por la nieve y pudo escuchar los pájaros en el jardín.