Acabas de volver de un extraño viaje. Ibas tan campante por la orilla de San Lorenzo cuando, en un instante, fuiste tragado por la arena. Tan solo alcanzaste a ver antes de ser abducido un rostro de mujer en el suelo. Después, la nada. Un descenso sin freno al subsuelo gijonés, como una larva, acabó por dejarte con los pies colgando hacia un espacio vacío. Se frenó entonces la caída y la arena acabó por expulsar ese cuerpo extraño que acababa de tragar. Plof. Al incorporarte, te hallabas en un cruce de caminos con un extraño halo de luz que te permitía una cierta orientación. Todas las paredes eran de arena pétrea, con alguna gotera que dejaba pequeños charcos en el suelo. De frente, se abría un gran boquete en dirección Norte. Pero caminar debajo del mar no parecía una buena idea. Mejor tomar el camino opuesto, que parecía ir al Sur, en busca de una salida por tierra firme.
Tras caminar apenas unos pasos, el túnel se abre a una gran bóveda donde hay apiladas contra una pared un montón de tablas de surf. Enseguida descubres que en el subsuelo gijonés quizá sean un medio de transporte, solo que en vez de ir sobre las olas lo hacen sobre un suelo deslizante. A continuación sigue una cuesta abajo. Tomas impulso con los pies e inicias un frenético viaje a toda velocidad. Bien ceñido a la tabla, avanzas a gran velocidad por una suave pendiente, dando curvas ligeras, siempre en pendiente hasta entrar en una especie de mareo que te hará confundir la realidad con la ficción. Tras un indeterminado número de horas navegando en tu tabla de surf, ésta se detiene de repente en otra gran bóveda. Te incorporas mareado y observas con atención. De nuevo esa misma luz difusa. Y unas escaleras. Subes peldaños hasta la extenuación. De repente se hace la luz. Has irrumpido en el centro del pozo iniciático, en Sintra, cerca de Lisboa. Unos turistas observan extrañados a ese gijonés en bañador verde entafarrado de arena al que se le acaban de doblar las rodillas de cansancio en pleno centro de esta misteriosa espiral construida por los masones lisboetas a finales del siglo XIX.
En la Quinta Regaleira buscas una fuente donde limpiarte. Luego consigues que te regalen una camiseta y unas chanclas en el Hotel Lawrence’s, donde te alojaste dos años atrás. El conserje se ofrece a llevarte en coche a Cascais, donde tiene una bonita casa. Hay algo extraño en él. Parece que te aguardase. Dudas si contarle lo ocurrido. Al final lo haces durante el trayecto. Pero él no parece inmutarse. Es como si ya supiera de antemano cada una de las frases que estás pronunciando. Entonces te cuenta que acaba de iniciar sus vacaciones. Se dispone a navegar desde Cascais hasta Fuenterrabía a bordo del velero de un amigo. Si quieres, te llevará de vuelta a Gijón. Llama por teléfono al dueño del barco y a la mañana siguiente estás iniciando un trepidante viaje por la costa. Cuando te quieres dar cuenta, el velero está anclado en la bahía de San Lorenzo. Das un abrazo a tus dos amigos lusos y te lanzas al agua. Cuando llegas
a la costa, un remolino de bañistas rodea el pozo con rostro de mujer que te tragó en un momento indeterminado. La zona está acordonada con cinta roja. Hay policías locales, bomberos, sanitarios, miembros de protección civil y cientos de curiosos. Un agente toma declaración a una mujer que cuenta cómo vio desaparecer al bañista que caminaba delante de ella hacía dos o tres horas. De repente todos se vuelven hacia ti. Pese a haber llegado nadando, estás rebozado de arena. “Es él”, grita la mujer. Tú tienes la sensación de haber cerrado un círculo. Pero no puedes hablar. El gentío se echa a los lados. Avanzas de nuevo hacia el pozo. Y te tumbas a un lado de ese extraño rostro de mujer. Los sanitarios toman rápidamente una camilla del furgón mientras el paciente se queda profundamente dormido.
pd.-Quien desee vivir la experiencia del pozo iniciático de San Lorenzo (un manantial de agua dulce) ha de memorizar dos coordenadas. Una vez situado en la orilla, en la bajamar, cerca de San Pedro, debe mirar al Campo Valdés, fijarse en el mástil negro de los focos que iluminan la iglesia y ‘colocarlo’ justo en la medianera de dos ventanas iguales de un edificio amarillo. Una vez en línea, ha de mirar a la Antigua Pescadería y ‘colocar’ una farola de dos luminarias situada a su izquierda justo en la esquina con la calle de la sidrería Zarracina. Cuidado. ¡Ya está sobre las arenas movedizas de la playa!