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Adrián Ausín

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Boda en el roble

Las bodas son terribles. Quizá el peor invento del hombre junto al aire acondicionado y el guasap. Además, han ido degenerando con el tiempo. Si piensas en una boda en una aldea africana, seguro que será maravillosa. O en una isla griega, al estilo de ‘Mamma mía’. Pero la boda convencional, autóctona, en tu ciudad, es siempre sobre el papel una reedición de las últimas incomodidades sufridas: aprietan los zapatos, atosiga la corbata, algunas mujeres se disfrazan hasta resultar casi irreconocibles (solo les falta un plátano y un melocotón en el pelo), la comida te acaba saliendo por las orejas y en algún momento determinado hay que gritar lugares comunes como “viva los novios” o incluso hacer el tren. De todo ello se deriva que el mejor momento de una boda pueda ser ese en el que llegas a casa y te quitas los zapatos con frenesí. Sin embargo, a base de ir a bodas, has acabado por descubrir otro instante mágico cuando la feliz pareja opta por el festejo de día completo, o sea, de sol a sol, con comida y cena sin salir del mismo cuadrilátero. Se trata del momento siesta. Sí, han oído bien. Si un día normal la siesta ofrece unas propiedades medicinales incomparables, en una boda de doce o quince horas te puede dar la vida. Pero para disfrutarla hay que analizar bien el campo de batalla y desarrollar una estrategia victoriosa.

En la última boda, en Sariego, mientras tomas los clásicos pinchos al aire libre divisas un precioso roble de unos doscientos años en el prao circundante del macrocomplejo del grupo Trabanco. Tras la opípara comida entre grandes toneles (fabada y arroz con leche de los Morán, ahí es nada), mientras el grueso de los invitados se va a bailar a la planta de arriba, con hermosas vistas al campo asturiano, tú se escaqueas rumbo al roble, extiendes la americana en el suelo, te quitas los zapatos y te tumbas en ángulo opuesto al reducido número de asistentes que están sentados en la terraza. Qué maravilla. Comienzas a aspirar aire caliente, con un regusto de lejanos aromas de cucho, y te adentras en una dormidera de ensueño. Pero antes de viajar al más allá recibes la visita de dos grandes perros que empiezan a chuparte la cara. Están sobreexcitados. Y tú te proteges con las dos manos hasta que se marchan. Vuelves a lo tuyo. Mientras disfrutas con los compases de tu respiración, tus pies juguetean con la corteza del roble. Acarician sus rugosidades con placer infinito. Respiración, tacto, aire puro. Has partido la boda en dos. Y en ello radica el éxito del convite. Media hora después, te calzas, te pones la americana, te sacudes la hierba seca y retornas a la fiesta. Entonces pones en práctica tu segunda estrategia en las bodas. Para sobrevivir, ¡únete a ellas! Así que pides un mojito, pides dos, pides tres (ojo, son pequeños) y te lanzas a la pista con la esposa y las amigas. Tras varios años sin ceremoniales de esta guisa has perdido algo de ritmo, pero enseguida das con el punto y tus anárquicos movimientos se expanden por la pista con gran disfrute para el autor. O sea, que te lo pasas bien, ayudado por el cuarto y el quinto mojito.

 

Como los novios son personas sensatas no hay cena. A eso de las diez de la noche un autobús te lleva para Gijón y a las once estás en casa tras eludir una incursión en los bares de copas de traje y corbata. Esto ocurrió en julio. Al final, pese a tus cautelas, todo estuvo bien: la bonita ceremonia en el Ayuntamiento, la comida de los Morán, el sitio relajado en medio del campo astur y el roble, que te permitió partir el día en dos, como el sofá de casa en los días de curro. Este sábado vuelves a tener boda. De tus dos estrategias para sobrevivir a las bodas una no será necesaria, pues empieza a media tarde. No hará falta roble, castaño o plátano de sombra para siestear. Así que solo te queda aplicar la segunda: Un mojito, dos mojitos, tres mojitos. Y… ¡a pistaaaaa!

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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