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Adrián Ausín

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La gloria del primer ochomil a cambio de veinte dedos

El 3 de junio de 1950, tres años antes de que Hillary conquistara el Everest (8.848 metros), los franceses Maurice Herzog y Louis Lachenal se convertían en los primeros seres humanos en llegar a la cima de uno de los catorce ochomiles de la Tierra, el Annapurna (8.091 metros). A Herzog, comandante de la expedición gala, la gesta le costó los veinte dedos de las manos y los pies. Tenía 31 años y viviría hasta los 93. El 14 de diciembre de 2014 se cumplirán dos años de su muerte. ¿Mereció la pena? Para cualquier ciudadano de a pie, desde luego, parece un peaje excesivo, por mucha que sea la gloria alcanzada. Sin embargo, para un fanático de la montaña quizá puede contemplarse la respuesta afirmativa. La vida de Herzog post hazaña parece inclinar la balanza hacia el sí: fue alcalde de Chamonix, presidente del COI, ministro con De Gaulle, diputado de la Alta Saboya, brillante hombre de negocios, marido de dos esposas, padre de cuatro hijos y una celebridad.

El libro escrito al dictado mientras se recuperaba en un hospital de las graves amputaciones, en los meses posteriores a la ascensión, culmina con una premonitoria sentencia: “Siempre habrá otros Annapurnas en la vida de los hombres”. En la suya, no paró de coronarlos, uno tras otro. A sus éxitos políticos y empresariales, sumó otros impensables: fue piloto de avión, jugador de golf, practicó la equitación… Y vendió veinte millones de ejemplares de esa aventura que redactó una secretaria, Nicole, dos horas al día durante su hospitalización. Antes del Annapurna, en la II Guerra Mundial, Herzog fue jefe de un grupo de 250 hombres de la resistencia francesa en la montaña. Después, todo lo dicho… Que no es poco. ¿Merció la pena? Él dijo que sí repetidas veces. Subió impulsado por “una fuerza interior” en el afán de ser el primer ser humano en pisar un ochomil. ¿Y cuando vio las consecuencias? “Mi objetivo era coronarlo costase lo que costase. Había soñado con el Himalaya durante toda mi infancia y lo más importante era realizar ese sueño. Es cierto que el precio fue elevado, pero finalmente me las arreglo muy bien. Fui feliz haciendo lo que hice y mi vida cambió para siempre”, declaró, ya nonagenario, a la revista ‘Desnivel’ en 2010.

 

Sin embargo, el tiempo borra a veces los malos recuerdos, dejando solo el poso de los buenos. Cuando uno lee el libro de Herzog cuesta muchísimo concluir que la ‘compensación’ haya sido suficiente. Cuando describe cómo tiene manos y pies congelados, cómo duerme en una grieta con Lachenal próxima a la cima, donde no esperan más que la muerte, y, lo peor de todo, cuando el médico de la expedición le aplica unas dolorosísimas inyecciones en sus arterias con agujas de veinte centrímetros para evitar la gangrena, que le arrancan alaridos próximos al desmayo, y cómo en días sucesivos va arrancándole uno tras otro sus dedos de manos y pies; y también los de Lachenal… Uno no puede concluir desde luego que aquello mereciera la pena. Pero lo que queda para la memoria colectiva es la gesta, la hazaña, la conquista del hombre sobre la montaña, lo cual, sumado a la gran vitalidad del protagonista, acabó por propiciarle una vida llena de emociones.

En ‘Mal de Altura’, Krakauer describe magistralmente la tragedia del Everest del 10-11 de mayo de 1996, con varios muertos, a la que él sobrevivió. No transmite, sin embargo, más que penalidades. En ‘Mi mundo vertical’, el polaco Jerky Kukuczka cuenta con pasión y sencillez la gesta de sus catorce ochomiles, que culminó después de Messner en 7 años, 11 meses y 14 días, algo no superado por nadie hasta la fecha. Lo hizo además sin oxígeno, en invierno, sin medios… Su cuerpo reposa en un abismo del Lhotse, donde murió a los 41 años. Ahora, en este libro de Herzog vuelves al ochomil sufrido, gélido, traidor, sin mayor recompensa que cinco pírricos minutos en la cima antes de desandar lo andado. No hay momentos felices ni descripciones extraordinarias sobre momentos o vistas placenteras. El Himalaya se presenta en versión sacerdocio. Aunque a Maurice Herzog le merecieron la pena todos los sacrificios: “La gente suele ver lo que tengo de menos, pero yo sé lo que tengo de más”

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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