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Adrián Ausín

Campo y playu

Munich brinda con cerveza

(Por Alemania y Austria 1)

Antes de pisar Alemania te formas unos estereotipos: hombres grandes que doblan mal, salchichas, frío y mucho ‘tema’ II Guerra Mundial. Baviera es, según cuentan por allá, algo así como la ‘Andalucía’ española. Hay más sol y alegría que en el resto del país de Merkel. Es casi diciembre. Por tanto, no puedes pedir peras al olmo. Que no llueva prácticamente ni un día será lo fundamental para patear y patear. Sin embargo, vivir bajo un cielo inexistente se hace especialmente duro por mucho que estés hecho al skyline de Gijón. Se trata de una masa gris de esas que amenazan nieve, pero que puede estar así, inmóvil, días, semanas e incluso meses. “Si hiciera sol, desde aquí estaríamos viendo los Alpes”, te cuenta un guía hispano que lleva siete años afincado en Munich. Te cuesta creerlo. De modo que tu experiencia alemana toma como punto de partida la triste grisura celeste, una temperatura estándar de cero grados (ni frío ni calor) y un pack inicial de cinco días para atacar Munich por tierra, mar y aire.

Tras dejar las cosas en el hotel, sales a la calle a las siete de la tarde. Munich es muy dominable a pie. Te alojas a cinco minutos de la estación de tren y en otros cinco has llegado a Karlsplatz, la boca de entrada a la movida, por una calle peatonal hasta Marienplatz rebosante de puestos navideños. Los más animados son los de bebida, donde muniqueses y turistas calientan las manos y el estómago con vinos calientes con aromas de canela. ¡Parecen animados estos alemanes del Sur! Es sábado. Toca salir. El barullo en el centro es total. Poco a poco, vas avanzando hacia la plaza del Ayuntamiento y de ahí, rastreando calles, hasta la cervecería más famosa de Alemania: la Hofbräuhaus, en activo desde 1644. El edificio es precioso por fuera. Cuando abres sus puertas, te golpea un sonido atronador. Unas mil personas están bebiendo, comiendo y riendo en bancos corridos, atendidos por teutonas muy teutonas (¿se me entiende?) y también por paisanos; y animados aún más si cabe, cada cierto tiempo, por una simpática orquesta que emite acordes para dar ambiente. En ese mar de tanques de cerveza debes buscar un hueco para dos, sentarte y pedir. La primera comanda es sencilla: una sopa bávara, una ensalada y unas salchichas. En tu mesa hay un viejo solitario en el rincón opuesto, cinco veinteañeros en medio y dos gijoneses a un lado. Enseguida, los chavaletos muniqueses chocan sus cervezas con el solitario, que les corresponde compartiendo sus ricas roscas de pan. Los jóvenes en Alemania, en tus primeras observaciones, mantienen el clásico peinado alemán lateral o para atrás que les deja la frente despejada, tienen la mirada franca, son educados y ríen fácil. El ruido en la Hofbräuhaus es ensordecedor. Te cuesta hablar. Pero es digno de ver este ambiente.

Antes de ponerte a cenar has buscado hueco en el piso de arriba, donde hay otra inmensa nave abovedada en la que no cabe tampoco una alfiler. Habrá más de 600 personas. Cuando vuelves tras la cena, para cotillear un poco, hay una singular actuación: salen al escenario cinco veteranos vestidos de cazadordemariposas, con su pantalón corto y su media y emiten unos sonidos melódicos con una especie de fustas que lanzan al viento. La marabunta germana apenas mira para ellos. Tú aplaudes solidario con la causa. Cómo beben cerveza estos alemanes. Cómo brindan. Cómo comen salchichas, codillo, filetes ajamonados con salsas, patatas rellenas de cosas… Se les ve radiantes en su día de evasión. Te vas de la Hofbräuhaus sin saber que en su segunda planta, el 20 de febrero de 1920, tuvo lugar el que se podría considerar acto fundacional del partido nacional socialista alemán. Presidía aquella reunión un tal Adolf Hitler, ese tremendo hijodeputachiflado que arruinó la vida y el prestigio de los alemanes para largo tiempo, además de provocar la muerte de 60 millones de personas de varios países en la II Guerra Mundial. Habrá tiempo de hablar de él. Pero el primer día has ido directo, sin saberlo, al origen de todo, a ese lugar donde arrancó su carrera por el poder y donde, quizá para olvidar de una vez sus males, se beben a diario, según cuentan, unos nueve mil litros de cerveza. El sábado, 29 de noviembre de 2015, nueve mil uno.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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