(Por Alemania y Austria 4)
Munich tiene mil caras. No es solo un remake de la convulsa historia del siglo XX. Si hablamos de cerveza, además de la popularísima Hofbräuhaus, la Augustiner Bräustuben, de techo abovedado de ladrillo, es una visita imprescindible. Guapa, añeja, acogedora y animadísima. Buscas hueco en una larga mesa ocupada por seis bávaros con amplio espacio para dos más. Pero hay un cartel de ‘reserva’ y te alejas. Entonces uno de los seis comensales se toma la molestia de levantarse y venir a advertirte que ese cartel era de ellos, con lo que te invita a sentarte. Un detalle más del carácter abierto de los germanos. La cerveza tostada está de muerte. Y la comida, rica rica. En otro restaurante, el Weisses, junto a la Marienplatz, tienen carta en español. La kartoffelsuppe (sopa de patata tradicional) está espectacular. Y la carne en salsa, a la cerveza, a la brasa, en especial ‘ajamonadas’, es sabrosa. También la apfelstrudel, el pastel de manzana, está rica.
Pasamos de la gastronomía al deporte. En un rincón del inmenso Jardín Inglés, hay surferos en el río. Como suena. Justo después de un puente, se forma una única ola continua a la que acceden cada poco desde la orilla, aguantan un rato y se dejan ir. Surf de río. El parque es inmenso, guapu. Según la guía, los muniqueses, en el descanso del trabajo, durante el verano, practican nudismo durante un rato en toda su extensión. Una singular práctica que en España, en Gijón, llenaría de mirones Isabel la Católica. Allí, naturalidad. Pero como estamos en diciembre no puedes comprobar in situ esta práctica. El estadio olímpico de 1972, donde la Alemania de Beckembauer ganó el Mundial 74, oferta una travesía por el tejado, sujeto con arnés, por 41 euros. En 2014, ya estuvo bien con el Torrecerredo. Así que declinas esta singular oferta. Luego está el Bayern, toda una religión. Ahí están Pep, Reina, Javi Martínez, Xabi Alonso, Thiago y Bernat. Seis españoles en el dream team alemán. El Alianz Arena, que costó 320 millones, está entre Munich y el aeropuerto. El apretado programa te impedirá ir a echarle un vistazo. Extrañaste desde Gijón ver unos precios de entradas en torno a los cien euros cuando el fútbol en Alemania en teoría es barato. Según te cuentan, el Bayern se salta a la torera la ‘norma’ nacional y, tras aparentar que las entradas están agotadas, su web te deriva a otra donde te meten el rejón. Una picaresca made in Spain extraña para territorio bávaro.
Gastronomía, deporte, mercados navideños llenos de animación, una bonita catedral que divisas desde la azotea de un restaurante de lujo (cortesía de la maja polalenesa asentada en Munich con la que cafetean los gijoneses)… Y mucha mucha cultura. En Munich hay una amplia colección de museos, el plato fuerte de la esposa. Ella manda. La visita estrella será la de la Lenbachhaus. Allí se rinde homenaje al ruso Vasili Kandinsky (1866-1944), quien pasó a la historia como el autor del primer cuadro abstracto allá por 1911. Resulta instructivo observar la evolución. De lienzos figurativos de paisajes de los Alpes a otros intermedios, que parecen obra de un miope, por su progresiva distorsión, hasta finalmente instalarse en la abstracción más absoluta. Él fue el pionero, acompañado del grupo del Jinete Azul, que comenzó a pintar paisajes con colores chocantes que definían con gruesos trazos negros. Todo esto te enseña la esposa. Tú, borriquito, asientes. Te gustan unas cosas y te espantan otras. Ella sale maravillada. Llegado Hitler al poder, este arte fue perseguido y muchos cuadros quemados, al considerarlo degenerado y alejado de la ‘normativa’ aria.
En la Pinacoteca Moderna hay una original exposición que muestra la evolución de la industria del mobiliario. En los Museos de la Antigüedad, un ídolo de las islas cícladas del 2.500 ajc e interesantes esculturas griegas. En la Residenze, algún salón versallesco. De todo hay. Comida vietnamita, afgana, tailandesa (bueno Ñam Ñam) y alemana. Arte autóctono, griego y egipcio. Surf de río. Conciertos de música clásica. Fútbol de Champions. Vistas (no vistas) de los Alpes, que están a dos pasos. Museos de la BMW y de la Mercedes. Y un infinito torrente de cerveza, apurada en jarras de medio y un litro. Hay mil argumentos para combatir el triste cielo gris de diciembre. Solo falta coger la guía y salir a la calle en todas direcciones. Cuando dudas en una esquina, enseguida se parará un buen germano para ofrecerte ayuda. No hace falta pedirla. ¡Salud, Munich!