(Por Alemania y Austria y 8 )
Cuando surgió la idea de viajar a Munich, el Nido del Águila figuraba entre tus prioridades. Habías visto en los documentales de la 2 a Eva Braun en bikini en la terraza del chalé construido en la cima del monte Kehlstein (1.834 metros) con impresionantes vistas al parque nacional de Berchtesgaden, declarado reserva de la biosfera en 1990. En esa cima se conjugan por tanto la historia, si bien en su peor versión, con un atractivo natural de primera magnitud. Un rincón de Baviera fronterizo con Austria donde Hitler tenía su ‘segunda casa’. Cuando decidiste sacar los billetes ya sabías que no podrías subir hasta el Nido del Águila, pues sus accesos quedan cerrados, por nieve, en octubre y no abren hasta marzo. Pero no dejabas de pensar, iluso, que quizá pudieras hacer algún tipo de proeza a pie.
Berchtesgaden no figuraba, entonces, en la hoja de ruta. Sin embargo, se abrió una puerta al descubrir, una vez en Salzburgo, que había autobuses regulares que te dejaban en el corazón del valle en apenas media hora. A la esposa no le motivaba mucho el asunto, pero cedió. Y así fue como una mañana de domingo llegas en bus a Berchtesgaden para coger rápido otro, en un andén vecino, que te lleva a Obersalzberg, tres kilómetros monte arriba. En esta apacible zona de montaña es donde comenzó a veranear Hitler en los años 20 en una casa de alquiler. Al salir de la cárcel, tras su fallido intento de golpe de estado, conseguirá comprarla con los ingresos obtenidos por la publicación de ‘Mi lucha’. Cuando sube al poder en 1933 amplía la casa, que pasará a denominarle El Berghof. Enseguida llegan otros veraneantes ‘ilustres’ a la zona: Speer, Göring y Bormann. Este último mandará construir en 1939, con motivo del 50 cumpleaños del führer, el Nido del Águila, una casa para reuniones diplomáticas con una de las vistas más espectaculares del mundo. Sin embargo, Bormann no tuvo en cuenta que Hitler tenía vértigo, con lo que apenas utilizó la Khelsteinhaus (unos dicen que estuvo dos veces, otros que una docena). Prefirió extender su dominio en Obersalzberg, donde adquirió granjas, levantó alambradas y creó un auténtico cuartel general. Allí iba a descansar fines de semana, a celebrar encuentros diplomáticos o a maquinar su política de guerra en un lugar aderezado con leyendas mitológicas, que aúna los territorios alemán y austriaco (su tierra natal).
De todo aquello quedan dos cosas: El Nido del Águila, reconvertido en un restaurante cuyos beneficios se destinan a beneficencia. Y el impresionante búnquer construido en Obersalzberg para cuando pintaran bastos. El resto fue bombardeado con intensidad por los aliados en 1945 y finalmente demolido en los años sesenta, cuando se tomó incluso la precaución de llevarse el escombro para evitar que quedase en pie o derribada ningún tipo de simbología. Que nadie fuese allí a llevarse una piedra de la casa donde vivió Hitler. Al llegar en bus a Obersalzberg, caminando unos metros aparece un hotel, desde el cual los coches privados ya no pueden seguir. Un bus (en temporada) te sube por un escarpado puerto hasta llegar al ascensor que salva los últimos 124 metros hasta la cima. Por tu cabeza pasa que existiera este autobús en invierno y hacer andando esos 124 metros finales. Pero es 8 de diciembre. El paisaje está totalmente blanco, empieza a nevar débilmente y no se ve un burro a cuatro pasos. O sea, misión imposible.
Queda la Dokumentation Obersalzberg, un completo museo que aborda el terror nazi desde todas sus facetas, donde se recorre la historia del partido nacionalsocialista y la presencia de Hitler en Berchtesgaden acompañada de ilustraciones fotográficas sobre el holocausto sin las cuales, de modo visual, podría confundirse con una oda a este dramático período de la historia alemana. La Dokumentation está a dos pasos de la parada del bus. Es un sencillo edificio de madera y cristal, levantado junto al búnquer, con el que conecta a través de un pasillo. Según cuentan, cuando llegaron los aliados estaba perfectamente amueblado y había en él montones de comida. Ahora, está desnudo, aunque aprovechan alguna estancia para exponer fotografías o proyectar vídeos. En uno de ellos, vecinas de Berchtesgaden cuentan la expectación que había en el valle cada vez que acudía Hitler, el terrible cambio sufrido con su despliegue o, en otro caso, lo aburrido que era ser invitado por Hitler a pasar allí un fin de semana, pues se levantaba tarde, vagueaba, veía por la tarde películas ñoñas sin ningún interés y se acostaba. Los alemanes tenían miedo de que les aplicaran su propia receta y protegieron el búnker a cal y canto para que no les gasearan desde fuera. Tenía unos secretos sistemas de ventilación. Todo lo que se muestra en la Dokumentation está en alemán, aunque cada zona tiene su correspondiente folleto en inglés. Al salir, no hay tienda. Solo venden uno de los vídeos proyectados y un grueso folleto ilustrado con toda la historia de Hitler en Berchtesgaden. Curiosamente, lo tienen en español. Y te lo llevas.
Afuera, por un camino que se abre entre pinos, alguien ha añadido en las señales la palabra ‘Berghof’. O sea, que si tiras para adelante por ahí quizá veas el espacio físico donde estuvo la casa de Hitler. Pero el tiempo se agota. El bus está a punto de pasar y no hay otro en hora y media. Cuando llegas a Berchtesgaden es hora de comer. Sin embargo, todos los restaurantes están cerrados. Están fuera de temporada. Solo está abierto un burgerking, lo que te obliga a tomar un tentempié en la peor versión existente en el planeta Tierra. Cuando te bajas del autobús en Salzburgo tienes la sensación de haber viajado a un lugar embrujado por el pasado cuya belleza no has podido más que imaginar bajo el aguanieve. No has subido al Nido del Águila, ni siquiera te has acercado al lago Königssee, dicen que el más bello de Alemania. Pero has estado allí, in situ, oculto por un velo blanco. La próxima vez esperas descorrerlo.