Cuando finaliza el documental ‘Pedaladas contra el destino’, el público que abarrota el salón de actos del Centro Municipal Pumarín Gijón Sur estalla en una larga ovación. Palmas, silbidos de júbilo, más palmas. La gente se ha emocionado y lo hace patente durante tres o cuatro largos minutos de aplausos. Juan Menéndez Granados sale al escenario para agradecer “el mejor regalo de reyes que podía recibir” y le caen otros dos o tres minutos de sentido reconocimiento. Su gesta en la Antártida llevada a la gran pantalla, esos 1.200 kilómetros en bicicleta en solitario, hasta llegar al Polo Sur, donde escanció un culín de sidra entre las banderas de Asturias y España, ha dejado al respetable petrificado en sus asientos, impresionado por la última proeza de este praviano de 30 años que se somete tras las imágenes al tercer grado de la sala.
En el turno de preguntas, Juan cuenta mil detalles de la expedición. Primero los preparativos: trabajar en un mercado en Noruega, y en mil cosas más, para ahorrar parte del dinero necesario, entrenar en Pravia subiendo en bici por la montaña y arrastrando ruedas de camión para habituarse al peso, estudiar todos los riesgos, recibir consejos de dos expertos aventureros de la Antártida… Al final, sin patrocinios que esperaba lograr a última hora, debió pedir un crédito y tomar un avión. Una vez en la Antártida, con una bicicleta fabricada por un amigo, con grandes ruedas para que no se hundiera en la nieve, inició su aventura en diciembre de 2013. Aligeró su equipaje al máximo hasta cerrarlo en ochenta y tantos kilos, ató su pulka (trineo) al cuerpo con un arnés (de haberlo sujetado a la bici ésta hubiera tenido problemas de inestabilidad, según explicó a un espectador) y tiró millas. Los mayores peligros eran las grietas y las congelaciones. Juan no tuvo ‘buen tiempo’. En su viaje la temperatura normal eran -20 grados y el viento era una constante. Viajaba doce o catorce o dieciséis horas al día, ponía la tienda y se metía a descansar. No perder ni rasgar la tienda, no perder los guantes, no tener una avería importante en la bici, tener mucho cuidado con las grietas, máxime al ser un expedicionario solitario, dosificar la comida para que llegara hasta el final… Había mil peligros y los sorteó todos con éxito.
“Mucha gente piensa que soy un cabeza loca, si lo fuera no habría vuelto”, apuntó. Juan Menéndez Granados es un gran optimista con la cabeza muy fría, como la Antártida, para dar solución adecuada a cada problema que se le presenta. Le va la vida en ello. En su ruta pisó una estrecha grieta, pero solo se le hundió una pierna hasta la cintura. Fue su mayor susto. Al décimo día le apareció un síntoma de congelación en el pecho, lo cual atribuyó a algún poro de su vestimenta. Lo curó de forma adecuada. Luego se le rompieron los pantalones. Los forró con pegamento y cinta americana. Antes de llegar a la meta, se le acabó la comida, empezó a marearse y temió lo peor. Montó la tienda, reposó, recuperó fuerzas e hizo su última etapa. La base del Polo Sur, según confesó, no es un lugar idílico. Hay construcciones, banderas, vehículos, pisadas por todas partes… Está un poco sucio. Pero fue la emocionante meta, el 18 de enero de 2014, tras 46 días de aventura. La última pregunta postdocumental es singular: ¿Se suda? “Pues sí”, responde Juan. Se suda en la Antártida. Es más, cuenta que debía intentar sudar poco mientras tiraba de su bici y de su equipaje para evitar que ese sudor contribuyera luego a enfriarlo.
A su regreso de esta aventura Juan Menéndez debió subastar su bicicleta para hacer frente al crédito con el que pudo sufragarse el viaje. No corren buenos tiempos para lograr patrocinadores. Así que su próximo destino, el desierto de Atacama, está en el limbo de la financiación. Quiere irse en marzo. Pero no acaban de cuadrarle las cuentas. Un espectador le pregunta al joven praviano si no tiene una cuenta abierta para echarle un cable, cada cual en la medida de sus posibilidades. Y dice que no. Llegó a hacerlo in extremis para la expedición al Polo Sur que lo convirtió en el primer ser humano en alcanzarlo en bicicleta. Pero no es algo de lo que le guste abusar. “Si quisierais colaborar conmigo podías comprarme un libro sobre expediciones anteriores, pero no me han dado permiso para venderlo en esta sala”, precisa. A cuantos llenan el salón de actos de Pumarín les apetece no solo darle un abrazo a Juan sino también apoyarlo con algo de dinero. Pero él, discreto, no abre esa puerta. Como astures, todos los presentes se sienten orgullosos de este joven aventurero que te hace dudar tremendamente de la vida rutinaria que llevas. Así se lo manifiestan muchos antes de hacer su pregunta.
Juan confiesa antes de acabar que no llevó la sidra y el vaso en su pulka durante 1.200 kilómetros. La sidra se habría congelado y el vaso se habría roto rápidamente. Los envió por correo al Polo Sur antes de iniciar la aventura. Son pequeños detalles, explica, que te dan fuerzas en los momentos duros. Tengo que llegar hasta allí y escanciar un culín. Y funcionó. Antes del Polo Sur, Juan Menéndez Granados recorrió el Atlas, los Urales, Escandinavia, Australia, la Transamazónica, el lago Baikal, el Kilimanjaro, Groenlandia… Retos en situaciones de calor y de frío extremos que le sirvieron para atacar el Polo Sur con éxito. El 14 de diciembre de 1911, el noruego Amundsen lo consiguió con cinco semanas de ventaja sobre el inglés Scott, cuyo equipo fallecería al completo durante el retorno. Aquellas cinco muertes debieron de pesar de lo lindo, un siglo después, en la mente de este asturianín de Pravia que aligeró su equipaje todo lo posible para que no se convirtiera en un lastre. ¿Miedo? “Pues claro que pasas miedo. Pero no hay que tener miedo al miedo, hay que afrontarlo y superarlo”, explica. Y tú no te cansas de aplaudir al primer hombre que conquistó el Polo Sur en bicicleta. Se llama Juan y es de Pravia.