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Adrián Ausín

Campo y playu

Amores perros

(Basado en hechos reales)

Ella había perdido la cuenta de su edad. Y también de su aburrimiento. En los últimos cinco o seis años, su existencia solitaria no tenía mayor aliciente que la llegada diaria de su dueño, apenas una hora al día, o la del vecino de enfrente, o bien el ladrido de los perros de la finca lateral, esa que queda al otro lado de los leylandis. Lleva años escuchándolos, pero nunca los ha visto. De una finca a la otra, con un estrecho camino de por medio, sus conversaciones siempre han sido superficiales. Ellos son dos, forman pareja y no han mostrado nunca mayor interés por esa hembra solitaria. Así fue su anodina vida hasta el verano pasado. Un buen día olfateó la llegada de un macho por el camino, se aproximó a la verja desvencijada de la esquina superior de la finca, esa que lleva años sin utilizarse, y ahí estaba él, mirándola pausado, sereno, cómplice. Enseguida notó que eran de razas diferentes, aunque de tamaños y edades parecidos. Ella es un pastor alemán y él, un mastín. Aquel día fue solo una mirada, una tímida aproximación y un alejamiento prudente del inesperado visitante. Pero al día siguiente, a la misma hora, ahí estaba de nuevo.

Han pasado cinco meses desde aquella primera vez. Hoy, ella no puede vivir sin él y él no puede vivir sin ella. El aliciente de cada jornada de ambos es esa hora libre en la que el mastín queda libre de su cadena en el caserío de Adolfo para tomar siempre la misma dirección. Baja la pomarada, la sube tras el arroyo, entra en una finca privada junto a la plantación de maíz, donde la valla apenas está protegida por dos cables destensados, pasa a la colindante por un paso abierto entre ambas (pues pertenecen a dos hermanos) y desde esta segunda finca pasa de un salto al camino por un rincón donde la valla, en este caso entretejida de cables, ha ido cediendo por el paso del tiempo. Superado este último obstáculo ya está en el camino interior de una propiedad privada formada por diez terrenos más o menos simétricos. Y ahí se produce el encuentro. Durante una hora aproximadamente, Nara y Sol, pues así se llaman ambos, se miran, se olfatean, se rozan sus narices a través de la verja y se despiden hasta el día siguiente.

Pero el romance a veces resulta interrumpido por el hombre. Si es fin de semana y la familia habita la casa, el mastín no se atreve a hacer la visita más que a primera hora de la mañana (si puede), antes de que se levanten, para no ser sorprendidos en su intimidad. Si otros hombres, los dos hermanos que habitan ocasionalmente las fincas de paso, están a la vista en su hora de libertad el mastín abortará inmediatamente su misión. Desconoce que existe una carretera sin asfaltar, dando un rodeo, que le llevaría también hasta la verja de sus amorosas citas. Desde el caserío solo sabe trazar la línea recta que le marcan la pomarada, el campo de maíz y las dos fincas de los dos hermanos. El mastín tiene un compañero en las tareas de vigilancia del caserío, es un border collie, con el que hace pocas migas. Ambos pasan atados la mayor parte del día, están muy irritables y apenas se prestan atención. Su mayor entretenimiento es que el dueño reclame su compañía para ir a reunir las vacas en su retorno al establo. Son más de ochenta y eso les permite estirar las patas, galopar por el prado y dar unas órdenes certeras a esos grandes animales que solo saben comer hierba.

Durante la Navidad, el mastín apenas ha podido ver a su chica. Ha habido mucho trajín de humanos y no se ha atrevido a atravesar aquellos prados cerrados más que en tres ocasiones. Desde el día de reyes, la cosa se ha despejado y los amores perros han vuelto a ser diarios. Pero ambos están un poco hartos de esa relación a través de una reja, de esos contactos esporádicos, de todos los muros que se interponen entre ambos. Han pensado escaparse. Sol le insiste a Nara que saldrán adelante. Él se ocupará de todo. Ella duda. Sin embargo, piensa en su vida anodina y le dice que sí. Los días navideños que no pudo visitarla, Sol investigó el monte situado al fondo del valle y descubrió una finca, con un gran caserón, deshabitada. Ha ido llevando hasta allí algunos huesos y parte del rancho diario. Allí tendrán para empezar. Ayer, al anochecer, Sol no regresó al caserío. A la mañana siguiente, cuando llegó el dueño, Nara no salió a recibirle. Cuando ambos humanos cayeron en la cuenta de la fuga en común, meditaron la posibilidad de iniciar un rastreo por la zona. Entonces escucharon aquellos ladridos tan familiares. Llegaban lejanos, alegres e implorantes. Supieron entender el mensaje y decidieron aceptarlo. Incluso con el tiempo quizá los perros les fueran a visitar y podrían recibirlos con una buena ración de comida por los servicios prestados. Las citas amorosas en la verja han dado su frutos.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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