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Adrián Ausín

Campo y playu

Nieve

“Nuestra quietud es dulce y azul y torturada en esta hora /
Todo es tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve”
(Julio Llamazares)

La nieve, como el fuego, crea adicción. Un paisaje nevado puedes contemplarlo eternamente. Tiene un extraño imán que parece conectarte con tus ancestros, con la naturaleza, con el vacío. Llegas a Riaño por el puerto del Pontón observando mantos blancos de nieve a los lados de la carretera, en las orillas del pantano, en los picos que circunvalan el pueblo, en las mesas de los merenderos, haciendo graciosas formas en los árboles, como si permanecieran adornados para la Navidad. Hay nieve por todas partes. La vida en Riaño se ha quedado helada. Entras en el Mentidero y pides un vino y un caldo. Dentro hay ambiente, calor humano, tertulia. Fuera, la Plaza de los Pueblos está congelada. La tapa está deliciosa: un trozo de pan con pimiento rojo, huevo picado y una pequeña sardina. Sabe a gloria con un sorbo de vino tinto. El Yordas no se distingue a esta hora: una densa capa de niebla lo oculta de la mitad para arriba. Tomas dirección Boca de Huérgano, donde la primera apuesta es la comida casera de Crescente. Son las tres de la tarde y el comedor está lleno. Así que das una pequeña vuelta hasta la panadería y te sientas al volver con un hambre de lobo: alubias con chorizo, carne guisada y tarta de queso con membrillo.

Con el estómago a prueba de nieve, toca estrenar las raquetas compradas hace un año. Queda poca luz, así que un destino fácil parece Barniedo. Pero el coche se atasca en una pequeña cuesta camino de la fuente. Un propio te ayuda, te orienta, pero no avanzas. Así que das marcha atrás, rodeas por otra calle y evitas poner las cadenas. Las raquetas son una gozada. Valle adentro, por el camino, todo lo envuelve un manto blanco de agua helada escoltado por árboles durmientes. La respiración es distinta: fresca, nutritiva, sana. Nada que ver con la ciudad. A las siete de la tarde entra la noche, justo cuando estás regresando al coche. Entonces aprovechas la gran fuente de Barniedo para llenar cinco garrafas que te permitirán beber agua pura durante un mes. Junto a la fuente hay una persona adormecida dentro de su vehículo con el motor en marcha. Está inclinada contra el volante y tiene una mano asiendo su cuello. Una postura extraña y una situación peligrosa, pues si se tupiera el tubo de escape podría morir intoxicada, curiosamente en mitad de la nieve. Le tocas varias veces en el cristal. Y no responde. Entonces avisas en el bar. Vienen dos paisanos, aventurando ya de quién se trata. Aciertan. Tocan fuerte en la puerta del durmiente y despierta.

Entonces te refugias en el Tierra de la Reina, tu acogedor refugio riañés. Han hecho reforma y tienen una gran chimenea en medio del bar que reparte calor a diestro y siniestro. El hotel también tiene restaurante, así que picas algo para cenar: ensalada, croquetas y mollejas. Hay ambiente de visitantes ávidos de aventura invernal, grupos de viajeros equipados hasta las cachas, uno de los mayores expertos en el oso pardo de España con alguna interesante misión, cero grados en la calle… Resulta que esa noche hay baile en Barniedo, pero la pareja gijonesa se recluye en su habitación para no quedar atascada dos veces en el mismo día.

El domingo vuelves a Gijón por San Glorio. En el alto, al mediodía, el coche marca -4 grados. Pero cuando te vistes para hacer otra raquetada no lo parece en absoluto. De hecho, acabarás la ruta con el plumífero a la cintura. Se trata de ir caminando por la derecha, junto a un pinar, hasta enlazar con el mágico valle del Naranco. Impresiona ver convertidas las praderas verdes de alta montaña en extensiones vírgenes de nieve brillante. La quietud es total. No hay ruidos, ni nubes, ni siquiera animales. Cielo azul intenso y tierra blanca intensa por todas partes. Hay pequeños grupos de caminantes que te han hecho un favor al adelantarse, pues la senda pisada te evita el hundimiento continuo de las raquetas sobre la nieve. Llegas hasta la cabaña de Tajahierro, reposas y respiras en este glaciar escondido del mundo.

Cuando desciendes San Glorio rumbo a un reparador cocido lebaniego en Los Molinos (Los Llanos), a diez kilómetros de Potes, la pérdida de cota va marcando la merma progresiva del paisaje nevado. Piensas entonces en lo que vas dejando atrás, suena en tu mente la música de Doctor Zhivago, con su balalaica, y los valles de Riaño y Tierra de la Reina se quedan totalmente congelados en el tiempo y el espacio.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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