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Adrián Ausín

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Tim Robbins ilumina Almagro

En julio, hay muchas luces en Almagro. La primera, la del sol, con sus abrasivos 38 grados a la sombra. La segunda, la del Festival de Teatro Clásico, que celebra cada año al calor del Corral de Comedias del siglo XVII, la monumental plaza mayor y varios espacios teatrales habilitados entre calles, a cielo abierto. Y la tercera, asociada a esta última, la de Tim Robbins, quien ha iluminado, con su aura hollywoodiense el arranque del certamen. ¿Tim Robbins en Ciudad Real? Cuando te lo anunció la esposa, no le creíste mucho, pero dijiste vale, vamos allá a ver qué pasa. Y ahora, desde la montaña leonesa, última escala vacacional, te frotas aún los ojos con la duda de haber vivido un extraño sueño de verano en plena llanura de Castilla La Mancha, esa España plana y centraliega que desde el Norte tenemos a veces un tanto olvidada.

Antes de la representación nocturna del ‘Sueño de una noche de verano’ de Shakespeare, bajo la dirección artística de Tim Robbins, tienes la curiosidad de encontrarte en cualquier esquina de Almagro a este gran actor de 196 centímetros de altura, pelo blanco prematuro y ojos azules. Pero la calorina no invita a exponerse mucho. Tras un rico almuerzo (salmorejo, codornices escabechadas y crema de arroz con leche), la pareja gijonesa se dirige al parador nacional a tomar un café con hielo en la seguridad de que ahí es donde se aloja el americano. Apetece el café, apetece conocer el parador y, si toca la flauta, apetece el encontronazo: “Hombre Tim, cuánto tiempo”. Se trata de un antiguo monasterio amurallado, con sus plácidos patios interiores y un encanto fuera de toda duda. Cuando entras a la cafetería te sitúas en una mesa frente a unos doce jóvenes yanquis que tertulian tras el almuerzo. Diana. Ahí está la compañía de Robbins. Son las cuatro de la tarde. En cuestión de minutos una mole humana irrumpe en la cafetería y se desvía hacia la piscina. Cuando giras la vista, solo has logrado divisar una gran espalda, una camiseta negra de tirantes, una melena blanca y una mujer al lado. ¡Es él! ¡Seguro! Pero no has logrado verle la cara al coprotagonista de ‘Mistic River’, ‘Cadena perpetua’ o ‘Alta fidelidad’. Y la piscina tiene lógicamente el acceso reservado a los clientes del parador. Entonces ocurre una ‘causalidad’. Vas al amplio baño de la cafetería y resulta que tiene una ventana con vistas a la piscina. Y ahí están Tim Robbins y su chica, sentados, relajados, contemplando el entorno y hablando por el móvil. No puedes evitar chiscar unas fotografías. Te sientes un paparazzi, un ladrón de un momento íntimo, pero bueno es un lugar semipúblico y la imagen no encierra polémica alguna. Ahí está Tim. En el parador de Almagro. En la piscina. Relajado. Gigante. ¡En pleno corazón de Ciudad Real!

A las once de la noche estarás en la fila 5 en la representación, que resulta todo un éxito. Robbins declaró la víspera que con 500 dólares podías hacer algo grande sobre un escenario. Una economía de medios que, precisó, puede incluso ser muy positiva para dar mayor libertad a la hora de representar una obra, siempre claro está que ésta sea buena. Dicho y hecho. Tomó el delirante ‘Sueño de una noche de verano’ y moduló la obra de Shakespeare con unos mimbres muy sencillos. Un escenario desnudo, bancos y perchas a ambos lados para que los actores se vayan cambiando a la vista del público conforme avanza el relato y un atrezzo que bien podría haber sido comprado en un chino, pero eficaz. Si los protagonistas están en el bosque, cada uno tiene una rama en la mano; si uno se convierte en burro, usa simplemente una careta de un burro; si hay dos ambientes los actores se convierten en decorado… Todo ello en inglés, con un luminoso para los subtítulos y dos músicos que colaboran maravillosamente en la narración. Es resultado es superior, con un final in crescendo que arranca grandes carcajadas (lo mejor el suicidio, con humor, de un personaje histriónico) y una merecida ovación final para la cual también sale al escenario Tim Robbins con sus actores.

Esta es la guinda de los dos días vividos en Almagro. La noche del estreno, la Compañía Nacional de Teatro Clásico representó ‘La cisma de Enrique VIII’ (así escrito, en femenino), de Calderón de la Barca. Y alucinaste con las actuaciones, el vestuario, la iluminación, el decorado; todo medido al milímetro, declamado en verso. Calidad total. Como ese momento en que dos actores principales mandan en el escenario mientras el resto se asoma en medio de la oscuridad por unas ventanas iluminadas, unos de frente y otros de perfil, como si de lienzos se tratara. En Almagro viven este mes un sinfín de actores y todos ellos hacen vida a diario por sus calles. Así es como en tu segundo día te topas por la calle con el bufón de Enrique VIII, un enano con una voz maravillosa, al que felicitas; luego en la comida tienes sentado en la mesa de al lado al cardenal de la obra de Calderón y más tarde ves a Tim Robbins tomando el sol en la piscina. Si a todo ello sumamos la impresionante plaza mayor, llena de vida, la solera del pueblo y el coquetísimo Corral de Comedias, recuperado en 1950 tras haber sido venta, teatro popular durante un siglo y otra vez venta; pues te das cuenta de que has tardado demasiado en ir a conocer Almagro, este maravilloso rincón perdido en un lugar de La Mancha de cuyo nombre, a partir de ahora, sí querrás acordarte.

 

 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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