Quedan diez. Pero en tiempos de Felipe II llegaron a estar datados cuarenta. Los molinos de viento de Campo de Criptana (Ciudad Real) inspiraron a Miguel de Cervantes cuando escribió ‘El Quijote’ durante sus cinco años de presidio sevillano. Y ahí siguen, quinientos años después, con su pintoresca disposición, repartidos por un terruño reseco encaramado sobre el pueblo que vio nacer a Sara Montiel. Sus aspas giraron sin descanso hasta 1950 para la molienda del trigo. Con las nuevas técnicas de cribado pasaron a ser una pieza de museo y ahora solo está abierto al público uno de los tres que son verdaderamente originales, los cuales se distinguen  por su cucurucho de madera vieja.

Tras aparcar el coche a unos metros, el visitante astur tiene la tentación de embestir los gigantes emulando las andanzas de Don Quijote. Sin embargo, le faltan tanto el rocín como la lanza. Con lo que la empresa quizá sea mejor dejársela a otro ilustre hidalgo contemporáneo, don Miguel de Mingotes, quien ya hiciera lo propio con el estadio de El Molinón, con idéntico resultado al del manchego: ¡Escalabrose! Procede por tanto adoptar un comportamiento civilizado, siquiera para despistar en un inicio las verdaderas intenciones, y realizar la breve visita guiada en la mejor disposición.

Las sorpresas de la visita son varias. Hay doce vientos en Campo de Criptana, tantos como ventanucos se disponen en la planta superior del molino, justo bajo el gran cono de madera. Cuando se molía lo primero era identificar exactamente el viento del día para disponer las aspas en el sentido adecuado. Esa segunda tarea requería la utilización de un animal de carga, normalmente un burro, que empujaba la viga central, el grueso tronco de álamo negro que se apoya en tierra y se prolonga inclinado hasta la cúpula haciendo de contrapeso. Aquí llega para el profano la mayor sorpresa de la visita. Resulta que todo el cucurucho que remata la construcción es girable, funciona como una gran rosca engrasada y este engranaje es el que permite orientarlo. La tercera tarea será la de vestir las aspas con unas lonas similares al velamen de un barco. Y la último, la molinenda del trigo, que cae cribado a la planta intermedia del molino, donde se van llenando los sacos. Así fue durante cinco siglos.

Se cree que esta técnica fue importada del mundo árabe. Luego llegaría don Quijote a intentar echarla por tierra, sin ningún éxito. Es más, logró justamente lo contrario: popularizarla. Pero nuestro hidalgo más internacional bien que porfió. En Campo de Criptana intentan rentabilizar hoy este bonito patrimonio sacando el máximo partido de su potencial turístico. Así, el primer sábado de cada mes ponen a funcionar un molino. Y algunas noches de verano iluminan todo el conjunto y organizan conciertos con estas particulares moles como testigo. También hay restaurantes y comercios con motivos quijotescos. “¿Y Dulcinea? ¿No anda por aquí?”. Está a unos kilómetros, en el Toboso. “¿Y cómo se encuentra?”. Pues como nuestra Saritísima, en los huesos. “Si vamos a tirarle los tejos con un depurado castellano antiguo, ¿nos dará calabazas?”. Mejor empiece usted por los molinos, pues alguna gesta habrá de narrarle a su pretendida. Es entonces cuando el andante gijonés enfoca el primer molino que tiene a tiro, inicia un furibundo galope sin rocín ni lanza… Y grita: “Non fuyades, cobarde, ¡que es un solo caballero el que os acomete!”.