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Adrián Ausín

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Leones en León

 

Te encaminas al río tras dos horas de monte. En las sombras del bosque has tenido la sensación de estar secretamente acompañado por el reino animal, sin que nadie se haya mostrado. Sales a una inmensa pradera amarilla salpimentada de fardos de paja. Es entonces cuando los ves. Por el rabillo del ojo derecho divisas con plena nitidez un león macho emergiendo entre las escobas. Giras la mirada en dirección contraria, sin mover un músculo, y verificas que le acompañan dos leonas por el lado contrario. Estás en campo abierto, a unos 200 metros del monte y 300 del río, sin edificios ni árboles de envergadura a los que encaramarte. Tus ojos hacen un nuevo repaso visual para verificar que no estás soñando. Hay tres leones en sigiloso movimiento rodeando tu cuerpo serrano. Estás en las praderas intermedias entre la montaña y Boca de Huérgano (León), es viernes, 10 de julio de 2015, son las 12.30 horas de la mañana y hay unos 28 grados de temperatura bajo un cielo azul donde no se divisa una sola nube.

La primera decisión es seguir caminando sin variar el paso, a ritmo cansino, quebrando con tus playeros la hierba seca. Haces repaso de existencias por si tienes algún útil que te resuelva la papeleta. Playeros, pantalón corto y camiseta. Una mochila con agua, prismáticos, navaja y teléfono. Un palo en la mano derecha. Los tres primeros pensamientos son del todo estúpidos: buscar alguna planta que provoque estornudo a las fieras, esconderte debajo de la tierra o hacerte invisible. No tienes tiempo que perder, pero la mente te juega una mala pasada en la enumeración de hipótesis de supervivencia. La segunda tarea es analizar al enemigo. ¿Serán de un circo? Es la teoría más plausible. Llevas 21 días de vacaciones desconectado del mundo, sin un solo minuto de televisión, con leves incursiones en la portada digital de tu periódico. No has visto noticias de leones huidos, pero también puede ocurrir que se haya producido una fuga en un circo de León y los dueños se hayan disfrazado de maceta para evitar una multa. Otra opción no cabe. No hay leones en España. Partiendo de estar sobre una base cierta, se abre una posibilidad: están acostumbrados al dominio del hombre, a ser domados, a obedecer. De modo que existe la esperanza de que te obedezcan. Pero claro, tú no eres Ángel Cristo, no tienes ni la destreza ni, fundamental, un látigo que les recuerde su deber de sumisión. Tampoco sabes cuánto hace que no han comido.

Todos estos pensamientos se suceden en apenas cinco segundos. En ese tiempo, tú has dado unos pasos titubeantes y los leones, también. Sigues disimulando, pero la cacería está planteada. Al igual que has visto cientos de veces en los documentales, en una vista aérea tú serías la cebra que pasta placentera en la sabana mientras los tres atacantes la van rodeando. Pero hay una sutil diferencia. Esta pradera está segada al completo, de modo que las fieras rodean a su presa a una distancia un tanto mayor, la que les marcan los arbustos. Sin embargo, en un instante se produce lo inevitable. ¡Zas! Los tres leones inician una galopada hacia su presa. No queda margen para seguir discurriendo. Entonces galopas tú también contra lo único que tienes a tu alcance: un fardo de hierba. El salto nervioso es torpe y rebotas hacia atrás. Apoyas el palo, repites la operación con éxito y lo coges. Ya estás arriba cuando las fieras están a unos quince metros. Es el momento de demostrar poderío, según la tesis del domador, que es la única que parece plausible. Gritas con fuerza, les muestras tu arma y giras para cubrir los 360 grados. La primera medida resulta un éxito pues los tres bichos, sintiéndose descubiertos, frenan la carrera a un par de metros del fardo y comienzan a rugir poderosamente. Intuyes que te quedan segundos de vida, pero no está de más intentarlo. Haces gestos con el palo de arriba abajo para indicarles sumisión, intentando que no entre en la boca de ninguno para que no te lo partan de un bocado. Mejor apuntar a las fosas nasales. La cosa parece dar resultado. Están confundidos. Indecisos. Es el momento de coger el móvil y pedir socorro. Estiras el brazo hacia adelante y marcas 112, mientras con el otro sigues haciendo aspavientos. “Socorro. Estoy en Boca de Huérgano. Me rodean tres leones. No es broma. Socorro. En el prado entre el pueblo y el monte. Socorro”. Quiere la fortuna que uno de ellos emita un rugido. “¿Han oído el rugido? Socorroooo”. Se te cae el móvil al girarte hacia una de las leonas, que se acerca a él, lo lame  y le pega un mordisco.

¿Cuánto podás aguantar en esta situación? Tres cigüeñas acuden en tu ayuda. Se acaban de posar en una esquina del prao y las dos leonas se van galopando hacia ellas. Te queda el barbas. Una sensible mejoría, pues andar girando todo el rato te estaba agotando. El león apoya una garra en la parte alta del fardo, como si fuera a impulsarse hacia arriba y tú aciertas a clavarle el palo entre las dos fosas nasales, emite un quejido y se baja.  Entonces ocurre algo inesperado: se tumba a unos cinco metros, mirándote de reojo, calibrando, mientras sus compañeras han desaparecido de tu campo visual. Pero cuando creías que las cosas se ponían de tu lado, las ves llegar de nuevo al galope, enrabietadas, con el focico manchado de sangre. Ya han vuelto a cazar y esto les ha dado la determinación que les faltaba para atacarte. Es el final. Alumbras una ocurrencia in extremis. Bajas del fardo de un salto, tiras de las cuerdas que lo envuelven hacia ti y te dejas aplastar por él hecho un ovillo. Es un fardo redondo de casi dos metros de diámetro y has tenido la fortuna de que el prado en este punto tenga una leve ondulación que te permite sostener su peso y respirar. A los ojos de los leones has hecho magia.

Quedan pequeños huecos por el perímetro de esta gran rosquilla de hierba, por donde meten sus garras. Pero no llegan hasta ti. Impotentes, se ensañan con el fardo en sí. Empiezan a darle bocados por su parte alta para ir destejiendo esa maraña de paja que te proteje. Esto supone que o llega alguien a salvarte o tu autonomía vital puede cifrarse a lo sumo en un cuarto de hora. Ya no caben más decisiones. Solo esperar. Escuchas los bocados de los leones, cabreados por la inesperada tarea. Dan mordiscos al fardo y lo escarban también con sus garras. A los cinco minutos calculas que han destrozado un tercio de tu manto protector. A los siete se aproximan a la mitad. Entonces suenan disparos. Uno, dos, tres… Un quejido, otro… Y se hace el silencio. Oyes hablar. Pero aún no te atreves a moverte. Las voces se acercan y gritas con todas tus fuerzas: “¡Aquiiiiií!”. Cuando desciende un helicóptero del Seprona, el capitán contempla una escena dantesca: tres leones abatidos con dardos, seis guardias civiles y un montón de paja disperso alrededor de un ovillo humano que empieza a desperezarse.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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