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Adrián Ausín

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Historia de una gallina

Ser gallina no implica necesariamente vivir de forma cobarde o pasar toda una vida entre rejas. A veces, ser gallina se convierte en una experiencia intensa, alucinante, en una auténtica lucha por la supervivencia. Nuestra heroica gallina, la gran protagonista de esta atípica historia, ha conseguido sobrevivir unos diez días en un amplio patio de luces del centro de Gijón alimentándose de lo que pudo y esquivando escobazos y ataques variopintos. Aunque el final no fue feliz. Pero empecemos por el principio. Un buen día de finales de agosto en un décimo piso se produce un acontecimiento inusual. A su moradora, un viuda metida en años y con finca de fin de semana fuera de Gijón, recibe la visita de su hijo con un obsequio: una gallina que le han regalado en el Occidente asturiano por sus servicios como veterinario. Pero el proceso del trasvase del ave entre una caja y una jaula, o viceversa, se tuerce y nuestra protagonista sale volando por la ventana abriendo su alas hacia un inmenso patio de luces. No calculaba en su huida la altura a la que se exponía. Sin embargo, en la terrible caída hace un giro que la introduce por una ventana del cuarto piso. La gallinácea salva su vida en el escorzo, pero da un susto de muerte a los dueños de este inmueble, un matrimonio de edad avanzada. Aquí la historia se bifurca: según una versión, la sacan como pueden a la escalera; según otra, la devuelven por donde vino. Sea cual fuere la expulsión del cuarto, la gallina acaba por dar de nuevo con sus patas en dicho patio, un inmenso cuadrilátero de terrazas y tejados donde queda en estado de libertad encerrada.

Pasados dos o tres días empieza el revuelo vecinal. La gallina ha volcado alguna maceta, ha cagado y, claro está, ha empezado a comerse geranios, flores varias, restos y todo lo que ha pillado por banda. La gente protesta, pero no hace nada. Este ejemplar blanco de gallinácea empieza a traer en jaque al vecindario. Los de los pisos altos la contemplan un tanto ajenos a sus devaneos. Los de los primeros, más afectados, no dan con la tecla para poner fin al asunto. ¿A quién se llama para que atrape una gallina? ¿A los Bomberos? ¿A la Policía Local? ¿Al 112? ¿A la Protectora de Animales? ¿Al circo? Alguno razona que la gallina suelta es un ‘caso menor’ para estas sufridas instituciones ciudadanas. Seguro que tienen algo mejor que hacer. Ningún vecino se atreve, por otro lado, a iniciar una persecución por los tejados, no vaya a acabar escayolado en Cabueñes por una mísera gallina anónima. En una terraza, le dejan la jaula con la portilla abierta y un suculento menú en su interior. Pero ni por esas. No pica. Avanzan los días y el ave parece hallar el alimento suficiente para sobrevivir, pues no da muestras de flaqueza. El 5 de septiembre, sábado, el caso de la gallina del patio de luces sale publicado en EL COMERCIO y las redes sociales echan humo. Tanta política, tanto conflicto; la gente prefiere leer una simple fotonoticia en la que le hablen del misterioso caso del gallináceo (en ese momento, de procedencia desconocida).

Así transcurrió el asunto hasta el pasado lunes. Por la tarde, una hija de la señora viuda  del décimo a quien se le escapó se presenta en un primer piso acompañada de un joven experto en pitas. Les franquean el paso y lo que sucede a continuación deja atónitos a los testigos de la caza. El resolutivo amigo entra al patio a la carrera, persigue al gallináceo sin titubear y lo atrapa en tiempo récord. Cuando lo tiene agarrado por el pescuezo éste parece haber muerto. Bien por el estrés de la carrera, bien por desfallecimiento o por la presión del cazador sobre su cuello. ¿Murió?, pregunta intrigada una vecina. “¡Qué va! Está disimulando a ver si la suelto”. En efecto, en cuanto la mete en su jaula, nuestra heroína, tras permanecer absolutamente inmóvil, con los ojos cerrados y el cuello torcido; recupera la normalidad como por arte de magia. Era una estratagema final, un último intento por recuperar la vida en semilibertad en pleno epicentro de Gijón. Es entonces cuando, hundida por el enjaulamiento, la pita recibe la puntilla en forma de comentario hiriente: “Además, ésta nun val pa na. Ni pone huevos ni vale para carne”. ¿Para qué entonces? Los testigos temen ahora que la gallina no llegue a ningún destino, dado su escaso valor a ojos del inclemente ser humano. En teoría, le aguardaba un gallinero de las afueras donde sería visitada por sus propietarios cada fin de semana. Quizá incluso surgiera la amistad. En la práctica, la cosa pinta fea. Mujer, ¡aprende a poner huevos! Nunca es tarde con tal de que no te desplumen. Esta es, señores y señoras, la conmovedora historia de la gallina. ¿Sobrevivirá?

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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