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Adrián Ausín

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Pacer en un pazo

“Mientras en Grecia construían el Partenón, en Asturias estábamos haciendo madreñes”. Esta frase, cruel pero cierta, de la gijonesa Patricia Miranda, a la sazón amiga de la esposa y propia, cobra vigencia mientras recorres el castro de Coaña, una preciosa ruina a media ladera del monte perdida en el Occidente asturiano. Interrogas a tu historiadora de cabecera si el hombre pasó de la cueva a la choza de piedra y paja, como las de Coaña. Y ella te viene a decir que casi sí, tras asentamientos intermedios más rústicos. Cuentan en Coaña, en los paneles, que este fortín asturcelta arrancó en el VIII ajc y se prolongó, tras la romanización, hasta el II. De modo que los restos que recorres son ‘romanos’. Círculos perfectos levantados con pizarra. Sin ventanas, por aquello del frío. Pero muy curiosino todo. Siempre en enclaves estratégicos. Elevados. Y con una muralla protegiéndote del invasor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Unas horas después, tras un festín gastronómico en Casa Vicente, mirando al Eo, estás tendido en la habitación del Pazo da Trave, en otro enclave montañoso un poco elevado a la espalda de Viveiro. Pacer en un pazo era una vieja asignatura pendiente y toca cumplirla en terra lucense, mucho mejor si lo haces antes de llegar la invernada, que en Lugo debe ser terrible. Estás tumbado sobre un confortable colchón salpicado de almohadones, con las ventanas abiertas, mientras escuchas la boda que tiene lugar unos metros abajo, sobre el cuidado césped que rodea a este edificio de piedra del siglo XV. Sillas revestidas de blanco, un improvisado altar blanco y unos adornos blancos verticales un tanto cursis (podrían parecer tres pololos). En ese marco, Ana y Jesús dirán el sí quiero. Pero antes, desde tu retiro, escuchas toda esa larga retahíla de lugares comunes en boca de los amigos, con el aliciente añadido del acento gallego: “Conozco a Ana desde pequeñita. Nuestra amistad…”. “Me encanta cómo cuidas a mi hermana…”. “Lo vuestro es un proyecto muy sólido…”. Al final, te levantas y rematas la ceremonia asomado a la ventana. Cuando se besan, tres piquitos muy seguidos, te apetece aplaudir desde tu privilegiada atalaya. Pero se impone la discreción.

En estos días en que Carlos V domina tu vida periodística, no podías entrar a Viveiro, a pie, más que por la puerta de Carlos V (tras divisar en un rincón un ‘asador Carlos V’). En Villaviciosa, en Tazones, en Laredo… ¿Y en Viveiro? Este rey tuvo mucho tiempo libre. Internet te saca de dudas. Simplemente, se construyó el arco en su homenaje mediado el siglo XVI. O sea, durante su reinado. En Viveiro hay un sitio llamado O’Recuncho donde se come de maravilla. En dos cenas dos días consecutivos catarás raxo con patatinas, pulpo, navajas, mejillones, zamburiñas, tarta de nuez y, por supuesto, ribeiro en jarra. Um. Y pan gallego, cuya miga huele deliciosamente a humedad. Al llegar de noche al pazo la boda sigue. Pero hay una carpa en una esquina. Allí están todos. Y apenas llega a la habitación un ‘resto’ musical que resulta hasta agradable para dormirse. Decides no madrugar en absoluto pues en un pazo hay que dejarse tragar por las sábanas para viajar por los siglos de los siglos. Así soñarás con toda la nobleza gallega que lo habitó y que dejó paso a un ceramista y luego a un empresario que lo llevó a pique. Así hasta llegar a las manos tres amables jóvenes galleguiños que lo tienen, digamos, alquilado. Ellos se ocupan de todo. Por la mañana, uno confiesa haber dormido dos horas pues le ha tocado tener controlada la boda. Es un domingo de espatarre y, tras un rico desayuno, toca hacer plan de playa. Los ‘dueños’ del pazo debaten sobre cuál es la más chula y gana Esteiro, a la vuelta de Estaca de Bares, una espectacular playa salvaje, donde te darás hasta tres baños helados. ¿Los últimos del año? Seguro que no.

Al volver al coche, a media tarde, hay dos grandes noticias: el Sporting ha ganado al Dépor y España a Lituania en el Eurobasket. De vuelta, una incursión en el punto más al Norte de España mete miedo. Nunca habías pensado que Estaca de Bares se llamase así porque tenía al lado un pueblo llamado Bares. Qué tontería. Son un puñado de casas en un lugar inhóspito donde los haya, a merced del viento y la lluvia. No hay un alma. Si vivieran zombis cuadraría mucho mejor (entonces llegaría un clérigo con una estaca y daría explicación al nombre). El faro tampoco anima. Te asomas al mar y parece que vas a caer al averno.

La segunda noche en el pazo es como la primera pero sin boda. Diez confortables horas de sueño sin escuchar un coche, un sarandonga ni una segadora en la distancia. Lo único existente al amanecer son las pisadas de alguna habitación vecina que te recuerdan lo a gusto que estás. En la mañana del lunes toca conocer un precioso camino paralelo a la ría que va desde unos metros más allá de pazo hasta el mismo Viveiro serpenteando un amplio humedal. Relax total. Solo queda determinar el lugar para comer y el elegido, mandan los ‘dueños’ del pazo, es O Lonxa, el restaurante oculto en la segunda planta de la lonja de Burela, importante astillero y puerto pesquero que queda camino de Gijón. Hay garbanzos con bacalao y espinacas de primero y marrajo con patatinas de segundo en el menú del día. Espectacular. La vista de las naves del astillero impone, con un inmenso barco cobrando vida en seco. El chaval se llama ‘Yuum Ja’. Pacer dos días en un pazo a escasas dos horas de casa ha sido una experiencia reparadora. Te ha gustado hasta ver una boda desde la ventana disfrutando de tu condición de relajado mirón en pantalón corto y camiseta.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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