Si la espiral de la estupidez sigue su curso en esta España tan rica y tan tonta no tardaremos en exigir a Suecia la supresión de los Premios Nobel. Alfred Nobel, argumentaremos, inventó la dinamita (una de sus 355 patentes) y amasó una auténtica fortuna en el siglo XIX a costa del sufrimiento humano. Cómo podemos por tanto recordarlo, cada año, desde 1901, con los Premios Nobel de la Paz, la Economía, la Literatura, la Medicina, la Física y la Química. A la hoguera con él y con sus premios, clamará esa España alternativa a la que le sugestiona tanto meterse con todo lo establecido sin hacer la menor disquisición entre elementos dicotómicos tales como enriquecer/empobrecer, cultura/ignorancia, sumar/restar. Adentrarnos en la esencia de este hipotético asunto supone preguntarse ¿enriquecen o empobrecen los Premios Nobel? Suecia y el mundo entero parecen tenerlo muy claro. España, a tenor de la deriva que vamos tomando, quizá no tanto. Pues la siguiente pregunta lógica es: ¿Enriquecen o empobrecen los Premios Princesa de Asturias? La respuesta es exactamente la misma en ambos casos. No cabe la diferenciación acerca de su esencia, sus valores y su ejemplo para la sociedad.
La caterva que hemos alzado a puestos de responsabilidad, creyendo que íbamos a mejorar algo, no entra intencionadamente a ese debate. Empieza por hablar de quitar toda la aportación económica de dinero público a la institución que administra dichos premios, como si fuera viable que viviese del aire; como si fuera un lujo asiático subvencionar la cultura, cuando el Ayuntamiento de Oviedo y el de Gijón destinan cada año cientos de miles de euros a actos festivos (por ejemplo, los de San Mateo y la Semanona) de dudosísima ‘rentabilidad’. Desde luego, nuestros conciertos, ole por ellos, no salen en los telediarios nacionales o internacionales, ni condensan tal cúmulo de valores y de intangibles positivos como la ceremonia de los Premios Princesa de Asturias, la cual, con una inversión realmente modesta, logra tal multiplicidad de frutos para Oviedo, para Gijón, para Avilés (pues todos acogen actos) y, en definitiva, para toda Asturias que atentar contra ella solo podría compararse con la autoliquidación, el cañoneo de una ciudad o una tierra contra sí misma, contra sus esencias, contra sus virtudes, contra los valores que todos los demás admiran en ella. ¿Queremos autodestruirnos? Adelante. Disparemos sobre nosotros mismos hasta que no quede nada o nadie que merezca
la pena.
¿Hay destinos mejores para el dinero? Así lo plantea la vicealcaldesa de Oviedo. ¿Será quizá su próxima propuesta dinamitar (con la dinamita de Alfred Nobel) el Museo Arqueológico o quizá la tome con el Prerrománico, símbolo de la tirana Iglesia católica, construido a buen seguro por gentes esclavizadas. ¡Derribemos San Julián de los Prados! ¡Acabemos con San Miguel de Lillo! ¡Fuera iglesias! ¡Muerte a la inteligencia! Ya lo dijo Millán Astray ante Unamuno en 1936. Y ahora lo parecen suscribir la vicealcaldesa de Oviedo y el ‘vicealcalde’ de Gijón, ambos sucursales del bolivarianismo español, con un lenguaje que, sin pretenderlo, se parece mucho al del tullido militar franquista. ¿Tanto les disgusta nuestro Rey? Quizá solo sea, en definitiva, eso. (Y mira que planta no le falta al chaval). La pose antimonárquica sin hacer el mínimo análisis de fondo. La supina ignorancia sobre el papel aglutinador de Felipe VI en esta España tan debilitada en su cohesión nacional, de la que es a millones de años luz sobre el siguiente el máximo valedor. ¿A dónde quieren ir? ¿Hasta dónde llega la sed de destrucción? ¿No estarán equivocando el disparo estos batasunis a la asturiana cuando tienen ante sus narices una Junta General del Principado tan inútil, un Senado tan inútil, unos ayuntamientos tan pequeños y costosos, una delegación del gobierno tan etérea? Parece que le hemos cogido el gusto a jugar con fuego amigo. A atacarnos a nosotros mismos. Ya ocurrió en el pasado. Y el país quedó chamuscado durante cuarenta largos años. No seamos, de nuevo, tan rematadamente idiotas.
PD.-Sólo por mencionar algunos ‘intangibles’ que proporciona la Fundación Princesa vividos en tiempos recientes: escuchar en Gijón a Al Gore sobre el cambio climático, ver por las calles de Oviedo a Woody Allen, asistir al inolvidable homenaje a Leonard Cohen, tener por Asturias al inventor del móvil, de internet o del correo electrónico, escuchar en persona las disquisiciones literarias de Paul Auster, Amin Malouf o John Banville; saber de primera mano la visión de Haneke sobre el cine; asistir a dos conferencias de Josep Pérez sobre Carlos V… Enseguida viene Francis Ford Coppola a Asturias. ¿Le recibimos a tomatazos? ¿O disfrutamos del privilegio de su visita y del gusto de que atienda nuestra llamada?