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Adrián Ausín

Campo y playu

Capitol Reef, pumas y manzanos

(Quince días en Utah 4)

Hay escalas menos intensas, de menor atractivo, pero que a la larga te dan un descanso en el viaje. No puedes estar viendo todo el rato ‘dieces’. Así, por ejemplo, después del diez de Bryce y del trepidante Escalante, Capitol Reef puede tomarse como un descanso no exento en absoluto de interés, pero más relajado. La miga la aporta para empezar, una vez más, la carretera. La ruta desde Escalante hasta Torrey es una gozada. Subes un puerto nevado desde el que reina una amplitud maravillosa. Luego aparecen unos ciervos al lado de la carretera. Y se cruza veloz una ardilla. Vas escuchando en la radio música americana de los 80. Así llegas al hotel, en un alto, dominando todo el valle, presidido por una bandera americana talla XXL. El tipo de recepción, un yanqui cincuentón con gafas y sombrero de cowboy, es coñón. Tras él hay un espectacular puma disecado. Y, claro, preguntas por el bicho. La respuesta es sugerente: se comió a siete u ocho vecinos y lo cazaron junto al hotel. Está de huevo. Nunca habías visto un puma. Tiene un tamaño imponente y una cabeza pequeña para el cuerpo, como el leopardo. Luego en la habitación leerás que sí hay pumas en Utah, solo que resulta casi imposible verlos. Si te topas con uno recomiendan no correr, pues entonces te perseguiría; más bien debes ponerte gallu e incluso se sugiere si va una pareja ponerse uno encima de otro a caballito y hacer aspavientos para espantarlo. Luego ves un vídeo de 2014 sobre la caza de un puma en medio de un paisaje nevado. Lo abaten cuando está subido a un árbol ¡de un flechazo! Qué pena de crimen.

Capitol Reef tiene su historia. A mediados del siglo XIX, tras ser rechazos en la costa Este, los mormones fueron recorriendo Estados Unidos hasta asentarse precisamente en Utah y, más en concreto, en Capitol Reef, donde quedan en pie edificios de madera de entonces: el granero, el establo, la escuela, alguna vivienda… Eran hábiles agricultores y en el valle de este parque de roca rojiza desplegaron su ciencia plantando una ‘huerta’ de manzanos y otros árboles frutales, aún presente. Al llegar a esta singular zona verde rodeada de formaciones rocosas la sensación es curiosa. Es noviembre y lo primero que te topas es un amplio grupo arbóreo de tronco muy negro y hojas amarillo chillón. Luego encontrarás la pomarada, donde no dudas en hacer una provisión para todo el viaje. Son como pequeñas golden verde claro muy dulces (ricas ricas) y traerás algunas con la idea de plantar un manzano de Utah en San Miguel de Arroes. De hecho, ya están las pepitas secando. Tras dos sencillas rutas por el parque, donde hay un montón de ciervos y algunos caballos pastando, das el día por amortizado.

En el hotel siguen de huevo en la recepción. ¿Qué hacen dos españoles en Torrey? Lo cierto es que, oh maravilla, no has escuchado aún una palabra en castellano, de esas voces chillonas de dos tías de Móstoles que te pueden cortar el rollo cuando contemplas las pirámides en El Cairo o el Partenón en Atenas. España está missing en Utah. La cena está rica. Desde el restaurante del hotel hay buenas vistas. Pides un plato por si es sencillamente un filete. Pero no. Los americanos pasan de la hamburguesa al entrecot de postín. Lo que lees entremedias resulta ser algo así como un escalope, pero bien acompañado. Cuando a la mañana siguiente dejas Torrey atravesarás de nuevo el parque de Capitol Reef rumbo a Moab. De camino el paisaje se endurece. Esta vez toca la versión desértica pura y dura, con ese matorral reseco que a veces le da por volar en las películas del Oeste. En algún sitio lees en un letrero: ‘Cuidado. No salga de la carretera. Usted puede morir’. Los americanos son muy didácticos. No quieren recibir una reclamación de un cadáver por no haber sido advertido de los riesgos del secarral que le rodea. Y si encima se te aparece el puma… para qué te voy a contar. No hay lugar seguro adonde correr. En este punto del viaje, donde el árbol es un bien inexistente, aparece en la cuneta un singular contrapunto: una lancha motora abandonada sobre su transportín como si la hubiera aventado cientos de kilómetros un tornado o un maremoto hasta dejarla en mitad de la nada. Si se asomase un puma junto a su volante pensarías que estás asistiendo al rodaje de ‘Vida de Pi’. 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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