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Adrián Ausín

Campo y playu

La tragedia de Lorca (80 años después)

Yo vuelvo por mis alas
¡Dejadme volver!

Quiero morirme siendo amanecer
Quiero morirme siendo ayer

Yo vuelvo por mis alas
¡Dejadme retornar!

Quiero morirme siendo manantial
Quiero morirme fuera del mar

Estos versos son los que más impacto te causan de las dos mil páginas (bibliografía incluida) que Ian Gibson escribió sobre Federico García Lorca. Lo singular del caso es que estos versos nostálgicos del tiempo pasado, de la juventud o la infancia perdidas los escribió el poeta granadino cuando apenas contaba veinte años. ¿Qué diría entonces a esos 40 que no llegó a cumplir? De la biografía de Lorca (Fuentevaqueros, Granada, 1898) destacan mil cosas. La primera, quizá, el retrato que el hispanista afincado en la vega granadina realiza de la España del primer tercio del siglo XX. En su densa y minuciosa documentación sobre la vida del poeta se entrelazan, de forma continua, las de otros destacados miembros de la cultura española de la época con los que convivió de forma intensa: Falla, con quien mantuvo una admiración mutua; Dalí, al que claramente admiró y amó; Buñuel, algo distante; Alberti, Machado, Juan Ramón Jiménez y todos aquellos literatos que pasaron por la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde vivió, o la bulliciosa vida de La Barraca, esa compañía de teatro móvil que ideó y movió por toda España para llevar el teatro clásico y moderno hasta los rincones más recónditos del país, Asturias incluida.

Junto al retrato de la España de la época, tremendamente rica en el ámbito cultural y pobre en el social y económico, Gibson pormenoriza hasta el último detalle posible la vida y obra de Lorca, desde su nacimiento en Fuentevaqueros en el seno de una familia rural de posibles, su traslado a Asquerosa (así se llamaba el pueblo vecino, años después rebautizado como Valderrubio) y la definitiva sede familiar en Granada, donde acabaron por tener una finca de veraneo en la Huerta de San Vicente entre 1926 y 1936. En este marco creció feliz un Lorca retraído primero en su sexualidad cuya primera vocación fue la de ser pianista. Lorca tocaba el piano a las mil maravillas y cantaba a tal nivel que acabó por grabar cinco discos con La Argentinita. También dibujaba de forma sobresaliente (se puede apreciar cierta influencia de Dalí) y ejerció de director teatral con La Barraca. Y, por supuesto, fue poeta y dramaturgo, faceta en la que se hizo mundialmente conocido con ‘Bodas de sangre’, ‘La casa de Bernarda Alba’, ‘Poema del cante jondo’, ‘Poeta en Nueva York’ , ‘El diván de Tamarit’, ‘Mariana Pineda’, ‘La zapatera prodigiosa’ y otras obras.

En una España, la de aquella, intolerante en materia sexual, observamos cómo Lorca va saliendo del armario poco a poco y orientándose hacia la izquierda, donde evidentemente se sentía más cómodo. Una vez saboreado el éxito, desde temprana edad, su vida es un salto continuo entre Granada, Madrid y Barcelona, se va de gira por toda España, pasa unos meses en Nueva York, de donde viaja a Cuba. Y luego pasa otra época en Buenos Aires, donde le tratan a cuerpo de rey. Su último proyecto viajero, México, el que le hubiera salvado la vida, no llega a llevarlo a efecto, pese a los consejos de numerosos amigos, por una fatalidad del destino, pues no cabe achacar a otra cosa su obcecación por regresar de Madrid a Granada cuando estalla la guerra civil. No vayas allí, le insisten. Y él, amparado quizá en la errónea idea de que cómo iban a atentar contra él, decide refugiarse en su tierra, cuando estaba ya todo preparado para viajar a México, donde le aguardaba su gran ‘aliada’ teatral la actriz Margarita Xirgu.

Tuvo Lorca toda su vida una obsesión por la muerte, por la muerte trágica, como la de Ignacio Sánchez Mejías tras una sucesión de fatalismos que lo llevaron a torear en la plaza donde nunca debía haber estado. A él parece ocurrirle algo similar. Vuelve a Granada en el peor momento. Y así se suceden primero la reclusión domiciliaria en la Huerta Vicente, de donde pudo escapar mil veces. Bastaba tomar un coche e irse de noche a Almería. Luego decide instalarse en casa del poeta derechista Luis Rosales, en pleno centro de Granada, donde cree que le respetarán. Pero de ahí pasa al cuartel y del cuartel al paseíllo de madrugada en Víznar, donde será fusilado el 18 de agosto de 1936. Tenía 38 años. Era mundialmente famoso y reconocido. Encontró la muerte trágica para la que siempre se había sentido predestinado (hay quien leía la fatalidad en su penetrante mirada) y desde ese mismo instante nació el mito. ¿Cómo puede un país asesinar en una cuneta a su poeta y dramaturgo más universal? La barbarie nunca hizo distingos. ¿Cómo puede ser que el cadáver de dicho poeta nunca haya sido encontrado? La respuesta de nuevo solo cabe atribuirla a la barbarie.

En el libro de Ian Gibson (curioso que deba ser un irlandés quien realice el trabajo más completo sobre nuestro poeta) hay mil aristas sobre la España de los años 10, 20 y 30. Sobre la Generación del 27. Sobre el talento en estado puro. Sobre una época en la que alguien se lanzaba a la aventura de viajar con una mano delante y otra detrás pasando largas temporadas aquí y allá (aquí retrata ciertos remordimientos de Federico sobre los presuntos sablazos que le metía a su padre durante el largo tiempo inicial en que no se arrancó a publicar y representar obras teatrales). La obra de Gibson es una biografía personal de un talentoso escritor, pero también es un tratado de historia de la España de preguerra. No le falta tampoco el ingrediente asturiano, pues Lorca acudió el 14 de diciembre de 1930 a Gijón para dar su conferencia ‘La arquitectura del cante jondo’ en el Teatro Jovellanos (entonces Dindurra) invitado por el Ateneo Obrero. No existe fotografía alguna que documente tal hecho, pero sí una breve reseña del periódico La Prensa cinco días después, tras una huega general que dejó a España sin periódicos de lunes a jueves por el fallido golpe de estado de Jaca. Luego volvería a Asturias con La Barraca para realizar representaciones teatrales en Oviedo, Avilés, Grado y Cangas de Onís. Tampoco hay fotografías ni recortes de periódico. Un último dato asturiano curioso es que en su estancia en Buenos Aires al parecer se prendó de un cobrador del tranvía llamado Maximino Espasande que colaboraba en representaciones teatrales y era de origen astur. Le cortejó hasta donde pudo y éste, al ser heterosexual, acabó por rechazarlo. 

Entablas conversaciones con Gibson, vía email, acerca del paso de Lorca por Gijón y realizas una modesta aportación al hispanista, que te agradece muy educado. Quedas muy contento por ello. Pero el libro, intenso, brillante y minucioso, no deja de dejar en el lector un poso de hondo desasosiego. Vives en el país que asesinó a Federico García Lorca, lo cual es algo así como pegarse un tiro a uno mismo. Del retrato del hispanista no sacas una conclusión concreta de cómo era exactamente. A veces lo pinta divertido, a veces trasgresor, a veces divo, a veces un tanto alocado, muchas veces triste. De tus tres años en Granada queda el retrato mental del marco donde Lorca halló la inspiración. No cabe otro mejor. Entre el Albaicín y la Alhambra alumbró aquel torrente de talento del que no quedan ni los huesos. Así es el género humano. Y eso no debemos olvidarlo absolutamente nunca. Tan solo sentir una secreta vergüenza por ser como somos. Por si acaso.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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