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Adrián Ausín

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Incomunicado

Mientras trabajas todo el fin de semana como pepeelhijoputa, vas escuchando los partes de Sotres. “Aislado”. “Solo se puede llegar hasta Tielve”. “Las casas están envueltas en la nieve”. No puedes evitar exclamar: ¡Quién estuviera incomunicado! ¡Qué maravilla quedar atrapado varios días! Imaginas poder llamar al periódico para decir: oye, que no puedo ir, a ver cuándo puede pasar la pala. buena chimenea, idearías cosas para ‘matar’ el tiempo en una casa rural o en el salón común de un hotelito. Buscar leña, mantener la llama, jugar al mus, tertuliar, dar paladas en torno a la puerta para despejar el terreno, ir a buscar víveres, leer un buen libro, ver una peli… ¿Cuántos días disfrutarías incomunicado? Sería maravilloso al menos una semana. Un goteo del tiempo a fuego lento, teñido de blanco, con la parsimonia por montera. ¡Qué maravilla! Olores de pueblo, aromas de chimeneas, de cucho reciente, sonidos de cencerros y muy poco más. Aislado, incomunicado, enfriado por el tiempo. Pero no. Este finde ha tocado currar como pepeelhijoputa. Quizá corriesen como días currados y tú, al calor de una

El anterior, sin embargo, lo intentaste. Nada más pisar el sábado pusiste rumbo a Sotres, con las carreteras abiertas y el paisaje nevado, a ver si había suertecilla y un cambio brusco de la meteorología te dejaba petrificado en el concejo de Cabrales, con esposa incluida. Estuvo bien. Estuvo muy bien. Pero no tocó la flauta. Nada más llegar, tras tomar hotel, prolongaste ruta hacia Tresviso hasta dejar el coche, pasada La Caballar, en el aparcamiento desde el que parten las rutas para Andara y el Boo de los Lobos. Hacia el segundo, tras un hayedo, con raquetas de nieve, tocó andar por el camino de una media ladera, con nieve virgen, sin más pisadas que las animales, y con unas sucesiones de miniargayos que hacían un tanto peligrosa la marcha, detenida cuando se abrió el valle con unas amplias vistas. Casi no había dónde sentarse a comer el bocata. Luego, de vuelta, la estampa de un señor metido en años bajando en trineo le puso el punto simpático a la tarde. Al día siguiente, desde el mismo Sotres, primero a pie y luego con raquetas, subes hasta Pandébano para ver el Urriellu nevado. Bien. Muy bien. Sin embargo, las buenas temperaturas te obligaron en ambos casos a acabar las rutas en camiseta, con bastante calor en el cuerpo, sin virajes repentinos del tiempo que permitiesen hacer la llamada al periódico. “Oye, que estoy aislado en Sotres”. Maravillosa frase que habrás de pronunciar algún día con eterno placer.

En el bar del hotel, la conversación con el dueño deja claro ese contraste de ambiciones entre unos y otros. Tú te preparas el segundo día para salir rápido con tus raquetas a entrar en contacto con la nieve y la montaña. Muestras tu entusiasmo a Manuel, el dueño. Pero él te deja claro que puede pasar perfectamente la jornada casi sin salir de la puerta de su negocio. “Llevo casi sesenta años viviendo rodeado de estas montañas y puedo prescindir perfectamente de ellas”, anota. Es más, en cuanto cierra la puerta del hotel, confiesa, sale disparado con su mujer para Gijón con una firme intención: “Pasear por el Muro”. O sea, que tú vas corriendo para Sotres buscando la naturaleza mientras Manuel va corriendo para Gijón buscando el mar y la civilización. “Siempre queremos lo que no tenemos”, remacha el filósofo anfitrión desde el otro lado de la barra. Asientes. Y te vas monte arriba. Como los cabritos de la zona. Hoy, una semana después de aquello, estás viendo por la ventana de casa que la cosa mejora. Ha pasado por peor del temporal. Ya no hay alertas rojas ni amarillas. Y tú, tonto tú, sigues sin conseguir quedarte aislado.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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