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Adrián Ausín

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Astures en la nieve

Cuando la Semana Santa se reduce a un solo día, el viernes, hay que aprovecharlo. El resto toca trabajar. Tras acabar la jornada del jueves, sales para el valle de Riaño pasadas las once de la noche. Tarna está misterioso. Lo iluminan una gran luna y la nieve que te acompaña a ambos lados de la carretera. No hay tanta luz como para ver con nitidez el asfalto destrozado. Ese ya lo sienten las ruedas en los 23 kilómetros que median desde Campo de Caso hasta el alto del puerto, a 1.490 metros. Tarna es un puerto aniquilado, triturado, abandonado, con un gran argayo sin retirar desde hace catorce meses. Una vez coronado León, la carretera se ensancha, el piso está cuidado. Tal parece que cambies de país. De Albania a Alemania, como decía un internauta en El Comercio Digital.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llegas a Boca de Huérgano a la una y media de la noche y a dormir. El viernes toca excursión a San Glorio con el primo Gabriel. El tiempo es ambiguo. Hay nieblas y amenaza lluvia. Pero la visión alcanza un plano medio suficiente. Con raquetas, el trío asturgallego se adentra hacia el Portillo de las Yeguas, una peña con presuntas vistas hacia Potes. Da gusto pisar nieve virgen, abrir una huella donde la blancura del suelo es homogénea, avanzar ahí por donde no ha pasado nadie. Aunque el gusto tiene también un componente de profanación. Eres un intruso en la nieve, en un paisaje quieto donde tu presencia viene a romper una armonía. El día amenaza con estropearse por momentos. De hecho, a cabo de hora y pico de avance, caen unas pingaratas de agua. La expedición no llega a la cima, pues el último tramo presenta una vertical nevada bastante peligrosa. Poco antes, se cruzan unas huellas profundas a media ladera. ¡Son de oso! Son mayores que las del venao y en estos pagos, en este momento del año, no hay vacas ni caballos. Así lo confirmará luego Juanjo en el Hotel Tierra de la Reina. Los osos ya están saliendo y ahí no puede ser de otro bicho. De nuevo la huella del oso. Una vez más. Una vez de vuelta en Gijón, piensas que debías haberla seguido a ver hasta dónde te llevaba. Pero el oso avanza veloz y las huellas estaban ya algo ‘gastadas’.

Se levanta un viento helado a algo más de 2.000 metros de altura. El grupo se refugia tras una roca para comer un tentempié de pan de pueblo, chorizo y queso. Sabe a gloria. De vuelta, puede verse (y por desgracia oírse) el ruido de una oruga mecánica con la que están promocionando San Glorio. El aparato sube hasta un punto a esquiadores y luego, con otra moto, los retornan hasta el alto cuando acaban de esquiar. Tiene visos de ser un negocio ruinoso por la poca afluencia de gente, pero ahí están metiendo ruido. Cuatro horas después de iniciar la raquetada estás de nuevo en el coche, con la sensación de haber estado un rato en el más allá, en la naturaleza virgen, a solas con un mundo vegetal teñido de blanco. Solo con esto ha merecido la pena el viaje, el kit-kat de la ciudad. Pero luego habrá tiempo para más. Para comer una chuleta del valle con una ensalada. Para caminar por la Canalina desde Boca hasta Espejos. Para tertuliar en casa de la tía Carmen al calor del fuego. Para acostarte pronto y dormir como un pepe. Para desayunar pan con tomate y cecina y zumo de naranja en el hotel Tierra de la Reina. Y para hacer una parada en Riaño y comprar cuatro vueltas de chorizo y ocho hamburguesas en la carnicería del amable carnicero de Liegos. El sábado debes estar en el periódico al mediodía. De camino, vas realizando un reportaje fotográfico sobre las miles de heridas del desolado puerto de Tarna. Solo has tenido el Viernes Santo libre. Pero han sabido a nieve, pan y cecina. A gloria bendita.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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