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Adrián Ausín

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Maraña… ¡Y cierra España!

En los años 50, Maraña tenía 500 habitantes. En sus escuelas había 40 niños y 40 niñas. Y la ganadería alimentaba con holganza este coqueto rincón de la montaña leonesa situado en uno de esos valles laterales donde la carretera muere, a apenas diez minutos de coche del alto de Tarna. En Maraña, en invierno, viven ahora, en 2016, unos treinta vecinos, los tres niños del pueblo van a estudiar a Riaño y aquellas antiguas escuelas, aquel singular edificio de piedra, albergan en dos terceras partes el bar Mampodre, donde Acacio mantiene con vida la actividad social del pueblo, además de captar la atención del afamado montañero Jesús Calleja, quien ha encontrado en este pueblo y en este bar un escondite donde descansar de los focos y comer casero.

 

 

 

 

 

 

 

El primer gancho de Maraña es su montaña, esa cordillera montañosa que la preside llamada Mampodre. Antes de iniciar una fácil y preciosa excursión sobre la nieve hasta la laguna situada a las faldas del Mampodre, procede apalabrar la pitanza. Acacio está despejando de nieve, pala en ristre, la fachada del bar. ¿Es usted el dueño? Sí. ¿Se puede comer entre las tres y las cuatro? No sé bien la hora. Cuando llegues, comes. Perfecto. Un bar sin horario.

La ruta es sencilla, intuitiva, avanzas en zigzag hasta superar una colina arbolada. Luego en el segundo valle, silencioso, blanco, precioso, serpenteado por el río, sigues la ruta por la izquierda para abrazar un peñasco al fondo y, una vez rodeado hacia la derecha, caer hasta la pequeña laguna. Es un lugar mágico. Solitario. Donde no extrañarías la aparición de una manada de lobos. El viento refresca la cara y la nieve primavera da algún microsusto en zonas inestables. Resulta totalmente placentero pisar nieve virgen. Pero también fastidia dejar tu huella. Está mejor solo con la de los venados, el ganado y las demás bestias ocultas a pleno día.

 

 

 

A las tres y cuarto toca bautizar el bar Mampodre. Resulta simpático por dentro, con una pared de cada color. Estilo cubano. Unos hombretones autóctonos están de vermú en la barra. De pronto irrumpe Acacio desde el otro extremo, deja una sartén con setas salteadas en una mesa junto a la barra, acompañada de unos platos de postre y unos tenedores y se va por donde vino. Es la tapa, servida en formato colectivo, en versión autoservicio. Acacio atiende él solo el bar-restaurante: pone copas, hace la comida, la sirve, pone música, friega… El bar no tiene desperdicio. Luces navideñas sin quitar en una pared, dos banderas de España en el techo (“al que no le gusten que no mire”), una mesa llena de revistas, una gran foto del rey Felipe, otras de Calleja en plena pitanza… Tres biombos peculiares separan el bar del comedor. Y para allá vas con la incertidumbre de la oferta gastronómica que ha cautivado al presentador televisivo. Enseguida lo sabrás. Acacio solo pregunta por la bebida. Agua y vino. Lo demás es un menú cerrado que cuesta 12 en días de labor y 15 el finde. Empezamos: una tapa de chorizo, salchichón y cecina para la espera; una ensalada; una sopa de fideos; pitu caleya con patatas; queso azul; una fuente de fruta, un plato aparte con seis fresones; un café con pingaratas  y un profiterol. Todo ello, 15. En resumen, que del bar Acacio solo se puede salir rodando. Alimentos caseros, cocinados por él y ambiente rural total. ¿Quién da más?

El único problema, o quizá la ventaja, de Maraña es que no está en ningún cruce de caminos. Pasado Tarna, después de La Uña, una señal de tráfico indica la desviación. Ahí pace este singular pueblo con una montaña privilegiada y un Acacio dinamizador que vale su peso en oro. Cuando acabas la comida, antes de acercarte a la barra a pagar, se activa la música. ‘Money for Nothing’, de Dire Straits, te deja claro que Maraña está conectada con el mundo, con un gusto ochentero interesante. Mientras pagas y tiras de la lengua a Acacio suena AC/DC. Preguntas por Calleja. Y dice lo evidente: un encanto, un tipo sencillo y muy majo. ¿Y esa comida del Viernes Santo con Pedro Sánchez? En esa ocasión, Calleja dejó tranquilo a Acacio y se llevó al politicastro al otro bar del pueblo, Riosol, ya cerrado como restaurante, pero que abrió un comedor para que el sociata Sánchez hiciera bueno eso de ‘Todo para el pueblo pero sin el pueblo’. O sea, esconderse. Cuando nuestro hombre cuenta que hace todo él solo, te das cuenta del frenesí de sus carreras desde el bar hasta la cocina. Rememoras con él al difunto Francisco del Hoyo, tu querido Mollejo, del bar Madrugo, de Boca de Huérgano (tu cuartel general en el valle de Riaño), quien también hacía todo él solo. Acacio lo recuerda. Y con ese pequeño homenaje a Molle te despides del incombustible Acacio, quien prepara además comida por encargo si le llamas con tiempo.

En Maraña, este sábado de abril hay algún vecino aquí y allá. Subes hasta la parte alta del pueblo, donde hay unas singular oferta hotelera: cabañas patagónicas. Son guapinas. Luego fotografías una cigüeña y hablas un rato con tres vecinos. Los jóvenes agradecen los piropos a su montaña y a su cocina y el mayor rememora los tiempos de la escuela a reventar de niños, de las familias de hasta dieciocho hijos, de cuando nevaba en días sucesivos un metro sobre otro de nieve… Ahora son los tiempos del Facebook, de esa bulliciosa página Marañones por el Mundo, de otra llamada Albergue de Maraña, de Jesús Calleja y de ese simpático anuncio del Jeep rodado en el pueblo para las redes sociales; y de turistas con raquetas de nieve. Tiempos modernos, que decía José María García, en los que Maraña sigue teniendo su lugar en el mundo. ¡Y que así sea por siempre!

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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