En 1975, el convento de las clarisas de la Laboral recibió la visita de una niña gijonesa de un año. Era la sobrina de una de las internas. Tal fue el alborozo generado intramuros que los padres accedieron a pasarles el bebé por el torno principal. Giró la estructura circular de madera hacia dentro con aquella niña en su interior, lo cual la dejó totalmente a oscuras durante un mágico instante. Cuando completó los 180 grados y se hizo la luz al otro lado las monjas de clausura la tomaron en sus brazos y la llenaron de afectos. Pasados los años, aquella niña volvería muchas veces al convento de la Laboral, donde cambió el torno por la celosía. En la verja metálica, aún existente, ella encajaba uno de sus hermosos papos y las religiosas hacían turno para cubrirlo de besos. Era una niña de gran éxito en aquel recibidor, donde la tía y el resto de las hermanas comprobaban cómo iba creciendo, mientras la obsequiaban con tabletas de chocolate Nestlé.
El paso del tiempo alivió un tanto las normas y llegó a permitirse el contacto físico. Del torno y la celosía se pasó a un encuentro diáfano. Las monjas abrían una puerta y podían abrazarse con sus familiares sin que unos ni otros rebasaran una raya trazada en el suelo. Después, la puerta volvía a cerrarse. Las clarisas asumían el mantenimiento de toda la Laboral: la comida, la lavandería, el planchado de la ropa. Su ingente tarea diaria tenía muy pocas recompensas y ésta, el encuentro ocasional con sus seres queridos, era sin duda una de ellas. Así fue hasta los años noventa. Tras su marcha, el convento quedó sumido en el olvido, como toda la Laboral, hasta que un buen día, en 2005, el Gobierno del Principado decidió instalar la sede de la RTPA allí donde vivieron las monjas de clausura. Nada más apropiado, pues el periodismo bien ejercido siempre ha sido una suerte de religión.
En ese singular edificio circular, anexo a la gran mole de Luis Moya, siguen existiendo los tornos. El principal, por donde pasó aquella niña, está oculto por una puerta de madera y sirve de pequeño armario para la recepcionista, que guarda en él su bolso, el agua e incluso la merienda. Los tornos accesorios, los de los locutorios, han quedado ‘redistribuidos’ con las obras de adaptación del edificio, hasta el punto de quedar uno de ellos en la mitad de un baño de mujeres. Durante cuarenta y un años, los tornos sirvieron de nexo de unión entre el exterior e intramuros del convento. Hoy, tras la adaptación del inmueble al mundo televisivo, constituyen un mero elemento ornamental que recuerda el pasado del edificio, así como el paso por ellos de una niña de un año que, tiempo después, acabaría robando el corazón a un periodista que se quedó fascinado con esta pequeña historia.
(Publicado en EL COMERCIO el 27 de mayo de 2016)
Gijonadas (n.14)