El cachopo, descubierto ahora como quintaesencia gastronómica, empezó siendo un quitapenas para los niños

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Adrián Ausín

Campo y playu

Putos cachopos

“Putos cachopos. Jodidos cachopos. Estúpidos cachopos” (Einstein)

“El cachopo es una burda copia del sandwich” (Conde Sandwich)

“Qué katxopo ni que hostias pues” (Arguiñano)

(ficción)

 

Woody Allen explica con prodigiosa gracia en su libro ‘Cómo acabar de una vez por todas con la cultura’ el descubrimiento del sandwich. Recrea sobre el papel nuestro geniecillo del cine cómo el cuarto conde Sandwich, John Montagu (1718-1792), fue acercándose al invento progresivamente hasta hacer diana de forma definitiva. Cómo un día puso un trozo de longaniza sobre una tapa de pan de molde. Cómo otro día puso dos trozos de longaniza. Cómo decidió ampliar su juego gastronómico con una segunda tapa. Y cómo un buen día alcanzó, como por arte de magia, la secuencia tapa/comida/tapa. Casi tres siglos después de aquello, uno llega a pensar que el Conde Cachopo habita entre nosotros. Que la gastrología estaba huérfana hasta que alcanzó gloria nacional la secuencia carne/relleno/carne. Que nada hay que merezca la pena a izquierda y derecha de un cachopo cuanto-más-grande-mejor. Estos cachopos que siempre se han comido, que siempre han existido, que en su simplicidad siempre han sido en sus tallas menores comida fácil para niños, ahora resultan ser la quintaesencia de la alimentación del siglo XXI.

En realidad, fuera del imaginario de Woody Allen, el móvil de Montagu para inventar el sandwich fue tremendamente mundano. Quería comer sin mancharse mientras jugaba a las cartas, a las que era un aficionado empedernido y así, un día en que la partida se prolongó demasiado, pidió al servicio un poco de carne entre dos rebanadas de pan. ¡Eureka! En Gijón, entretanto, un fartón aficionado a la carne debió de pedir un día dos trozos de carne con el pan dentro, un pepito a la inversa y de ahí al cachopo… la cosa fue coser y cantar. Según reza en wikipedia, las primeras referencias históricas del tonto cachopo las recoge el doctor Casal a principios del siglo XVIII y en su origen sería una forma de dar salida a los filetes de escasa calidad, pues acompañados de jamón y queso ganan textura y sabor. O sea, que cachopo y sandwich son ambos dieciochescos, un par de clásicos como la copa de un pino, uno asturiano y otro británico, emparentados en el siglo de nacimiento, en la secuencia del entapamiento y en tratarse de alimentos básicos, sencillos, toscos y poco imaginativos. Quitapenas, vaya. Ambos, dicho sea todo, pueden llegar a ser deliciosos en un momento dado. Pero reducir la gastronomía al Teniente Cachopo es algo tremendamente simplista, pura dentellada carnívora. Amados gastrólogos del universo y de los masterchefes de los cullons, fuera del cachopo, recordaros solo, hay vida, hay día y noche, agua, azucarillos y aguardiente. Hay peces y arroces. Y gazpachos. Y cremas. Sin rebozaos. Sin aceitorros. Fuera del cachopo, señores y señoras del jurado, hay incluso comida.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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