Nada nuevo bajo el sol. O bajo la sombra. La Aemet nos acaba de adjudicar un verano seco, con poca lluvia y nublado. ¿Algún sorprendido? ¿Desmayos? ¿Lipotimias? Quien esperase otra cosa no ‘pisa’ suelo astur. Sin embargo, no todo está perdido. Solo es cuestión de emigrar, quien pueda, o aclimatarse. Si se mira la botella medio llena, un día de 19 a 21 grados (esos están garantizados) bajo un cielo plomizo es el escenario ideal para darse un maravilloso baño en la playa, pues estas condiciones implican una más. Y fundamental. Bajo un cielo encapotado veraniego no corre el aire. Nada. Además, el mar, en esos casos, suele apaciguarse hasta quedar como adormecido, con ese suave oleaje que solo se manifiesta al morir a nuestros pies. No desesperemos, por tanto. Seamos ventajistas. Sepamos ver el lado bueno de esos días tantas veces repetidos y que dejan además las playas despejadas de muchedumbres insufribles. Son días maravillosos para caminar por la orilla, darse un buen baño y marcharse con la música a otra parte. Por ejemplo, al monte, donde así se camina también mejor. O a currar.
El verdadero drama del pronóstico de la Aemet es para los amantes de la toalla. No invita el cielo gijonés al ‘tumbing’ ni siquiera un día soleado, con esos vientos siberianos que le atacan a uno en el estómago, como virutas de hielo, cuando intenta acercarse al agua. Sin embargo, en este aspecto también hay quien ve la botella medio llena. Una empresa llamada PATO, bonito nombre, acaba de aumentar el utillaje de la playa con una oferta de hamacas y sombrillas en las escaleras 13 y 15. ¿Sombrillas en Gijón? La empresa tiene origen cántabro-canario y quizá de ahí provenga este desmesurado optimismo. En esta tierra ventosa de brumas y de soles tibios guarecerse bajo una sombrilla no parece que tenga muy claro el objetivo, de si es para enfriar o para calentar. Habrá que hacer un estudio este verano sobre el uso que gijoneses y visitantes le dan a este artefacto.A PATO, además del atrevimiento de las sombrillas, le pueden crecer otros dos enanos. Uno, las críticas (ya realizadas) por sus antecesores en este negociado: la Cocina Económica, que explota la escalera 12, y el empresario instalado en la 14. Y dos, el color elegido para su ajuar: un azul índigo en modo alguno emparentado con el rojiblanco corporativo de la villa de Jovellanos. ¿Habremos metido al enemigo en casa disfrazado de azul? Quizá a PATO antes de iniciar la aventura gijonesa le hubiese venido bien consultar el Calendario Zaragozano, por un lado, y algún manual del sentir playu, por otro.
Un último agravio creado es el de oponer lo nuevo (a priori bienvenido) a lo viejo. Las lonas azul índigo, recién desempaquetadas, han dejado en mal lugar a las viejas hamacas de la Cocina Económica y, también, a nuestras populares casetas, esas que a un turista catalán recién llegado para una boda le recordaron a un torneo medieval en la Corte del Rey Arturo. En su estado actual, quizá tenga más glamour ir a cambiarse bajo una sombrilla, aunque sea azul y deje las vergüenzas al aire.
(Publicado en EL COMERCIO el 24 de junio de 2016)