Comenzaremos con una confesión, pues a partir de cierta edad has perdido totalmente la vergüenza. Hace justo dos semanas, a las doce del mediodía, estabas como un clavo en la taquilla de la Laboral para sacar un par de entradas para el concierto de Raphael del 19 de mayo. Sin pasamontañas. Ni nada. A cara descubierta. Pues además de presumir de ser fan incondicional de Bowie y The Doors, entre otros muchos, hay un lado hortera en ti que a estas alturas de la película no hay ya por qué ocultar. Sin embargo, una vez adquiridas las entradas te has empezado a preocupar, dado el cariz que están tomando las cosas en esti Gijón/Asturias. ¿Podrás realmente ver al fin a Raphael en directo o suspenderán su actuación un mes antes? Basta un comentario desafortunado, un chiste verde mal contado o una expresión coloquial que incluya un ‘coño’ sacado de contexto para que nuestros censores locales o regionales veten su subida al escenario. Da igual que el contrato esté firmado y las entradas vendidas. Cuarenta y un años después de la muerte del dictador, la censura ha vuelto. Ha entrado de nuevo en España por nuestra tierra y se aplica para los espectáculos públicos cuando quienes los van a protagonizar incurren en declaraciones desafortunadas de forma previa, olvidando así el sacrosanto precepto de que la libertad de expresión incluye la posibilidad de equivocarse, de salirse del tiesto o de decir algo que ‘no guste’ al gobernante.
Comenzamos a aplicarlo con Albert Pla en 2013 y ahora le hemos cogido el gustillo. Le siguió Francisco el verano pasado y se suma esta semana un monologuista que iba a actuar en el mismo escenario que Raphael. El hombre, llamado Jorge Cremades, cayó en la trampa de una periodista digital de pedrojota que le sometió a un tercer grado buscándole las cosquillas. Quería un titular machista y lo logró, pues a la chica no le gustaban los chistes zafios y simplones del humorista. Al final, Cremades cayó en su cepo y ella le plantó en el titular un «hay más violaciones a hombres que a mujeres», obviando que no lo decía «desde un punto de vista físico sino psicológico». Y se armó la marimorena. Nuestra asociación de separadas y divorciadas y nuestras feministas le llamaron de todo y el Principado, gobernado por socialistas, esos que durante cuarenta años de dictadura estuvieron escondidos debajo de una piedra, decidió suspender (o sea censurar) la actuación del cómico que había contratado, sabedor ya entonces del cariz de sus chistes zafios y simplones, bajo grandilocuentes proclamas de estar salvaguardando la igualdad. Entrar en ese bucle abre la espita al surrealismo, pues no solo habrá que preservar la igualdad sino otros muchos valores: ¿permitimos que cante en Gijón el adalid de una dictadura (Silvio)? ¿o cantantes que consuman heroína y den mal ejemplo a la juventud (lista infinita)? ¿o los que digan «¡Heil Hitler!» en sus letras (Ilegales)? ¿Y qué me dicen de los que amordazan a ‘suecas’ en sus vídeos (Los Guajes)? En la nueva censura, no se lo pierdan, también podrán intentar, como lo hicieron Churruca y sus boys, suspenderle un concierto porque no les gusta su país de procedencia (Sheketak). Ay si Franco levantara la cabeza. Se frotaría los ojos y dudaría si había habido otro golpe en su ausencia.
¿Cómo explicar a nuestro anterior censor que ahora el culo femenino de Cubiella no vale y el de Eduardo Noriega sí? O que ahora se examina a los humoristas antes de subirse a un escenario. Si ridiculizan al hombre, vale (como ocurre en el caso de Cremades) pero si ‘tocan’ a la mujer… ¡Tate! A Martín Romaña, aquel maravilloso personaje literario de Echenique, le atormentó hasta tal punto su vida aquella feminista a la que se había arrimado, exigiéndole expresarlo todo en plural, que un día para evitar la enésima reprimenda le pidió permiso para afeitarse «nuestro bigote». Cuidado Raphael. Mira a ver lo que dices de aquí a mayo. Que quiero verte. Y a ustedes, machos ibéricos gijoneses, un consejo. Escondan su identidad, no revelen a nadie que veían películas de Alfredo Landa y si les piden la filiación en un control digan que son «feministos». Quizá sea la mejor, o la única, manera de sobrevivir en esta jaula de grillos.
(Publicado en EL COMERCIO el 13 de enero de 2017)