La canción del protegido
Un gijonés se encuentra por la calle a un joven rumano con el que trabajó cinco años atrás en la construcción. Le había perdido de vista. ¿Qué es de tu vida? El muchacho, le cuenta, había marchado para Bucarest poco después de su último encuentro ante la falta de trabajo. Pero luego regresó a Gijón y ahora está contento. ¿El motivo? Sus compatriotas le avisaron de la existencia del salario social y, de hecho, lo está cobrando (posiblemente también la ayuda al alquiler). Dice que con los 442,97 euros que le dan va tirando, hasta el punto de haber rechazado una oferta de empleo en estos días. Iba a ganar poco más y, claro, mejor cobrar sin hacer nada. A buen seguro, en cuanto esté vigente la ‘renta social municipal’ nuestro protagonista encontrará las facturas necesarias para conseguir unas ‘ayudas de emergencia’ y alcanzará así el grandilocuente objetivo de nuestra Alcaldía de que «ningún gijonés viva con menos de 532,21 euros al mes», aunque esté en su casa cruzado de brazos.
Este ejemplo, el del rumano que regresó de su país para vivir del cuento en esta Asturias y en este Gijón donde al parecer se nos cae la pasta de los bolsillos, deja cariacontecido a su interlocutor. Se trata de un gijonés treintañero que acaba de dejar un trabajo en la mar durante cuatro meses, jugándose la vida, y ha vuelto a la construcción, que trataba de dejar por las lesiones crónicas que acumula. Está siempre en el alambre, pero se resiste a pedir el subsidio. Considera que el salario social debe existir circunscrito a jubilados con pensiones exiguas, discapacitados y, coyunturalmente, personas con hijos a su cargo a quienes se les ha acabado el paro. Al resto, gente sana y en edad de trabajar, no aprecia motivo alguno para incentivar su inactividad y menos aún hacerlo de forma indefinida.
En la nueva tabla anunciada para la renta social municipal se pueden leer despropósitos como garantizar 442,96 euros a jóvenes de 23 a 25 años que demuestren su independencia vital. O sea, incentivar el parasitismo astur desde la más tierna juventud. Luego están suculentas tentaciones del pelo de 1.039,47 euros para una familia integrada por cuatro miembros. Imaginemos en este capítulo (ejemplo extremo pero de libro) cómo negar la ayuda a un traficante de droga con mujer y dos hijos. O a quienes viven en los mil submundos de la economía sumergida. Presentarán sus papeles y figurará que no tienen ningún ingreso, cuando en realidad muchos viven quizá mejor que usted y que yo. ¿Cómo se evitará esto? De ninguna manera.
Todos los que consultas conocen casos de cobradores del salario social plenos de salud y sin una pizca de ganas de ‘mirar’ al mercado laboral. ¿Cuántos son del total de perceptores? La respuesta real aterra: miles. En total, lo reciben 11.000 y aunque la crisis baje el dato sube, lo cual no deja de resultar contradictorio. El Principado se gastó en este concepto 108 millones en 2016 (media autovía minera), mientras el gasto en obra pública es cada vez más anecdótico. Gijón sale ahora al rescate de los que aún estaban en la cola para pillar cacho en el paraíso natural del subsidio o para engordar el de quienes ya lo tienen.
Ya lo dijo José Andrés: «España es un país en el que todos esperamos recibir. No nos ha llegado el mensaje de que todos tenemos también nuestras obligaciones individuales hacia la sociedad en la que vivimos». Si leyó la entrevista en su Iphone el joven rumano que regresó de Bucarest que a buen seguro le habrá dado la risa. Y más aún a otro gijonés treintañero, veterano cobrador de salario social y de ayuda al pisín, con el expediente laboral en blanco, que no duda en cantar su suerte con ripios de cosecha propia a quien quiera escucharle y, de paso, cagarse en todos los demonios: «Bien comido/bien dormido/¿Qué más quieres cuerpo mío?/¿Trabajar?/Todo no se te puede dar. Jajaja».
(Publicado en EL COMERCIO el viernes 27 de enero de 2017)
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