Igor Paskual protagonizó la noche del viernes. Rodrigo Cuevas, la del sábado. Rafael Álvarez, El Brujo, la del domingo. El guitarra de Loquillo, a pecho descubierto. El de les madreñes, a pechu descubiertu. Y el Séneca cordobés, solo en un escenario durante cien minutos sin parar de hablar; o sea, totalmente desnudo ante 700 personas. Cuando dan ciclogénesis y no puedes huir de las Asturias monte a través, quedan los escenarios de los teatros y los garitos como refugio de invierno para buscar la ambrosía: la música, el folclore, la risa y el teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro; que dice la canción. Como nunca habías podido citarte ante ninguno de los tres mencionados artistas, el fin de semana, antipático celeste, se rebeló didáctico, divertido e incluso, por momentos, magistral.
Del concierto de Paskual en la Sala Acapulco para cerrar su gira ‘Tierra firme’, título de su segundo elepé en solitario (presta seguir diciendo elepé y no cedé), destacaron dos momentos, dos temazos de nuestro gijonés-donostiarra de cabecera elevados a los altares gracias al directo y a dos colaboraciones que le dieron un toque más rasgado a la voz: ‘Bebemos’, con Pablo Moro de artista invitado, y ‘El peor novio del mundo’, con Nacho Álvarez aportando un adecuadísimo tono desgarrado. Acojonantes ambas. La tercera colaboración extra, la de Jorge Ilegales, a priori la de mayor caché, resultó frustrante, pues eligió un tema suavín, contradictorio con su perfil, y éste, por motivos que se te escapan, sonó fatal. Entonces subió el tono Paskual y acabó rematando el concierto con su tema ‘Tierra firme’, con bonitas modulaciones. Cantó Igor con americana de marinero abierta a pecho descubierto, mostrando pelambrera y soltando a medio concierto eso de “qué ganas de follar tengo” para provocar un poco a la parroquia. Taba la muyer entre el público, de modo que, jis jis, imaginándola cómplice de la puesta en escena del maríu, imaginamos que al final, ya en casa, arrimó el ascua a su sardina, jis jis. También promocionó al guitarra y dijo que se sortearía tras el concierto a ver quién se quedaba con él. “Y yo para quien pierda”, apostilló. A bien seguro, ganó la muyer. Nuestro rockero tiene un estilo que conecta con todos los que añoramos aquellos maravillosos años de la movida, los grandes años de Loquillo, Alaska, Parálisis, Kaka de Luxe, Mecano, Golpes Bajos… Y de ahí que su público fuera más bien de cuarentón para arriba. O sea, ¡buena gente! Igor tiene talento y, además, escribe fracamente bien en EL COMERCIO, de música y de fútbol, así que conocerlo en directo, con mucho retraso por desajustes de agenda, resultó una buena experiencia. Parécese a John Cusack.
Sábado. De repente, en el desayuno, ves en el periódico que Rodrigo Cuevas presenta en el teatro de la Laboral su gira ‘El mundo por montera 2017’. Solo sabes que Rodrigo Cuevas es el de les madreñes y el de ‘Soy de Verdiciu’. El desconocimiento a veces es el mejor aliado para que el disfrute sea mayor, en el cine o en un teatro. Ves un vídeo en el que le entrevista Buenafuente y dices: ¡Qué majo! La muyer, también. Así que sales como un torpedo en coche hasta la Laboral a pillar dos entradas. Intuyes que vas a ver algo grande, como aquel día que sacaste despistado un par de entradas in extremis para ver el espectaculazo de Asier Etxeandía ‘El intérprete’, que casi tira abajo el Teatro Jovellanos. Intuyes algo grande amigo como eres del folclore astur, la tonada, la copla, el gay power, la madreña rock y el desfase. El lleno es total. El ambiente, cargado de energía. Dan las 8.30, se apagan las luces y Cuevas entra por una puerta lateral a la mitad del patio de butacas. Parece una go-go, un drácula asturchale, un Freddie Mercury de pueblo, con su bigote vallisoletano, su tipín de gimnasio, su pelo en pecho, por supuesto, y las icono-madreñes. Dice varias veces que es alto, pero a ti te parece pequeñuco. Su voz es cristalina, muy bonita y el tempo de la misma transmite confianza, serenidad, paz. Es como un terciopelo. Rodrigo Cuevas se enseña, se exhibe y se gusta caminando entre sus incondicionales. Luego dice, por ejemplo: “Ay, estoy un poco nerviosu”. Y te gana rápidamente. Y te ríes una y otra vez. Te ríes sin parar, pues va soltando chorradas con una naturalidad pasmosa. Queda la música, pequeño gran detalle. Y la música es una grandísima sorpresa. Temas populares de la Asturias profunda, cuplés, versiones de Tino Casal, con arreglos singulares (alguno te recuerda a Aviador Dro) cantados con una buena técnica y siempre aderezados con alguna sorpresilla, además de un buen ramillete de muyeres. Empezó con ‘El señorito’. Luego contaba algo gracioso, siempre trasgresor, pero sin caer nunca en lo soez y entonces remataba con un: ahora voy cantavos un temazu. Y te partías el culo. ‘Noche de ronda’, ‘Son d’Arriba’, ‘El día que nací yo’, ‘El pañuelo verde’, ‘Ay, Pachín cásate conmigo’ , ‘Vamos a armar una danza’, ‘Tengo que subir al puerto’ o el ‘Toro Barroso’, cuento incluido… Medio concierto, el público lo siguió de pie participando de coros a indicación del artista, que se fue desnudando hasta acabar en tanga, con una media y un bigote como únicos elementos de protección. El colibrí Cuevas va a arrasar con su gira. Al tiempo. La próxima semana estará en Bilbao y San Sebastián; y algunos de tus primos ya han sacado la entrada tras el SOS lanzado por guasap. ¡Sacar la entrada ya!
Una vez en casa pones los dos cedés comprados a la salida del concierto: ‘Yo soy la maga’ y ‘Soy de Verdiciu’. El primero está genial. Y mientas suena Cuevas planificas el domingo. Tras los dos del pechu descubiertu, el Paskual (que vive en Gijón) y el Cuevas (que nació en Oviedo) (no le pega nada por cierto), toca el giro final de la semana: Rafael Álvarez, ‘El Brujo’, el actor cordobés con pinta de Séneca o de Einstein, con sus dos montañas de pelo a cada lado de la cabeza, presenta una obra en el Niemeyer con un título místico: ‘Teresa (de Jesús), o el sol por dentro’. ¿Será demasiado contraste? Ves vídeos de doce de la noche a dos de la mañana. Una genial entrevista del Brujo con Quintero, otra en la que califica a Pablo Iglesias como “un papagayo conectado a una base de datos” y un largo reportaje. Casose cinco veces. Explica a Quintero que el sol y la luna no concordaban en él. Uno era el fuego, el inicio de la relación, el macho; y ahí iba sobrao; la otra era la proyección, el desarrollo, la hembra; y ahí fallaba. Se lo explicó, dice, una especie de bruja, hizo propósito de enmienda y está feliz con la quinta. Da gusto oírle hablar. Es un Quijote culto, divertido, parlanchín. Al final, no cabe duda de que su Teresa de Jesús tendrá aderezos de cosecha propia que harán de esta obra una experiencia ‘religiosa’. Así es. Durante cien minutos, sin aderezo alguno, con el pecho tapado pero el corazón abierto, El Brujo llena el Niemeyer de reflexiones, versos y risas. Parece imposible que no se le seque la garganta. No para de hablar un instante (en algún momento atora tanta carga de mensaje sin interrupción), pero el tipo tiene mucha sombra, mucha cultura, mucho dato y, además de las bromas y de los ripios, desgrana todo el panaroma español y europeo del siglo XVI con una clarividencia pasmosa además de establecer curiosas comparaciones con el panorama actual. Genial Brujo. Es todo, amigos. Un fin de semana de tablao en tablao, bien aprovechau. Como decía Cuevas, de temazu en temazu.
(foto de Rodri, de Citoula; foto del Brujo, de Marieta)