(Doce días en Noruega, 5)
Sin ninguna afición a los cruceros, la única experiencia de este tipo era la del Nilo, un viaje necesario y fascinante en una embarcación fluvial pequeña. En este caso, Hurtigruten te ofrece barcos de 120 metros (de jueguete respecto a los grandes cruceros) que en su día empezaron a funcionar como el ‘autobús’ de los noruegos para desplazarse por mar con mucha mayor comodidad debido al follón que suponen los fiordos para trazar carreteras. Pero lo que comenzó como ferry-bus, dada la belleza del viaje acabó por replantearse como crucero y ahora el uso es mixto pero volcado en el turismo. Parece que te estás justificando. Pero Noruega tiene un perímetro costero tan atractivo que resulta obligado atacarlo desde el mar, aunque ahora que lo has hecho te apetece también complementarlo en coche. Puedes hacer un Bergen/Kirkenes en siete días/seis noches o hacer ida y vuelta en doce noches. Sin embargo, la vuelta es exactamente igual en cuanto a paradas. Solo podrías variarla en lo referente a las excursiones que te ofrecen, todas muy interesantes pero a precio de oro. De ahí que la opción razonable es bajarse en Kirkenes, dormir en Kirkenes y volver a Oslo en avión.
El barco oferta su camarote más barato a unos novecientos euros. Pero es interior. Por 1.088 per cápita, en abril, lo tienes exterior con doble ventana ovalada y un habitáculo de once metros cuadrados donde, tras haberte mentalizado para todas las estrecheces del mundo, te sientes hasta confortable. Está aprovechado cada rincón y está todo bastante nuevo. Por ese precio tienes pensión completa sin alcohol. Un buen precio para Noruega. Sobre todo, porque el barco está francamente bien y la comida es de lujo. Los camarotes están en las plantas 3, 4, 5 y 6. En la cuatro, el comedor. En la cinco, una cubierta exterior que perimetra todo el barco. Y en la siete, una sala mirador delantera con casi cincuenta confortables butacones para ir contemplando el paisaje a través de grandes ventanales y una cubierta trasera (menos viento) donde se organizará alguna cosa, por ejemplo, una exhibición en directo del corte del bacalao, pues Noruega es el primer productor del mundo y tiene en algunas localidades esos secaderos de madera que parecen sacados de un cuento.
El ‘Polarlys’ no está masificado. No tienes sensación de agobio en ningún momento. Para ello, reparten los 400 pasajeros que van a bordo en turnos de desayuno, comida y cena que te apuntan el día que embarcas. Si se desayuna de seis a diez, a ti te apuntan las 8.30 por ejemplo. Si se come de 12 a 3, te apuntan 2.15. Si se cena de 6 a 10, tienes apuntado 8.30. Puedes incumplir los turnos, pero te animan a no hacerlo porque se ese modo las cosas funcionan bien, explican. De la tripulación sonríen del primero al último. El trato es exquisito y el buen rollo entre ellos se transmite con claridad. El capitán saluda a todo el mundo. Al segundo de a bordo, pese a sus galones, tan pronto le ves en el comedor reponiendo él mismo una bandeja de vasos porque apreció que andaban escasos como disfrazado en cubierta de gallina caponata sirviendo un chocolate con tarta de manzana a media tarde. El organizador de excursiones, Marco, está a disposición de todo el mundo y organiza charlas en una sala de audiovisuales para explicar las excursiones que ofertarán cada día. Hay un mostrador para contratar lo que quieras, una tienda, un gimnasio y los camareros son un encanto; en especial, Alejandro, un canario que lleva diez años en Hurtigruten, catorce en Noruega, y es un profesional como la copa de un pino. Trabas amistad con él y te acaba contando que con el correr de los años se ha ido a vivir de nuevo a Gran Canaria. Trabaja 21 días seguidos y descansa 21 días seguidos y como hay vuelos baratos, pues descansa en su tierra y labora en el barco noruego. Curioso.
El ‘Polarlys’ no para nunca. Solo en los puertos. Cada día tiene unas cuatro o seis paradas y en una de ellas, la más emblemática de la jornada, se detiene entre tres y cuatro horas. Ahí es cuando te bajas a conocer sitios como Alesund, Trondheim, las islas Lofoten, Tromso, Hammerfest… Las paradas largas coinciden con la oferta de excursiones y, claro, debes elegir. O ves la ciudad o se vas a hacer algo por ahí. En el caso de Lofoten no hay duda. Pues la oferta es bajarte en un puerto y subir en el siguiente, lo cual te permitirá hacer un fascinante recorrido por estas islas que, por otro lado, te sabrá un poco a poco, y te deja ganas de volver. En el caso de Tromso, renuncias a conocer a fondo la ciudad más norteña y bulliciosa de Noruega para ir a montar en trineo montado por huskys en un paraje absolutamente idílico y además con nieve recién caída. La última excursión será ya en Kirkenes, al abandonar el barco, la caza e ingesta del centollo, ya contada en un largo capítulo anterior.
La gran gozada del recorrido, aparte de la confortable vida en el barco y la buena comida, es salir a la proa de la quinta planta bien abrigado e ir contemplando el paisaje que se abre ante ti. Desde Bergen hasta Trondheim, dos jornadas de montañas ocres y mar azul cobalto, tonos muy intensos, muy apocalípticos, siempre entre fiordos que permiten tener tierra firme a derecha e izquierda. A partir del tercer día irrumpe la nieve, que ya no te dejará hasta Kirkenes. Ver esas montañas ocres teñidas de blanco, hasta romper con el mar, resulta un espectáculo inigualable, una sensación única, diferente a todas las vividas hasta ahora. A cero grados, con viento gélido a veces, con pequeñas nevadas ocasionales, con nubes amenazantes y claros repentinos. Cien por cien auténtico. Un paisaje tan hipnotizante que en ocasiones permaneces dos y tres horas seguidas en esa proa desde la que avanzas hacia el más allá, un buen trecho al norte incluso del Círculo Polar Ártico. La proa es para valientes, pues a veces azota el aire con energía, de modo que nunca se masifica y los aficionados al viento de cara acabamos por saludarnos cómplices cuando nos cruzamos al perimetrar toda la cubierta para entrar un poco en calor.
Te das cuenta en Noruega de que tu ropa es gijonesa. No tienes una megachupa deportiva de 500 euros de esas que usan ahora los noruegos: de materiales fetén, pero sin gordura. Debieron de cansarse los noruegos del plumífero y hoy día nadie va hinchado por la calle. Todos gastan prendas de alta calidad y escaso grosor sobre una simple camisa. Tú, a base de capas, capeas el temporal. Para la próxima intentarás ir como ellos. De gallu que eres no llevas al viaje ni guantes ni gorro, pese a tenerlos en Gijón. Alegría. Aunque sí calcetines de esquiar hasta las rodillas, muy de agradecer en cubierta. Más precabida es la señora de avanzada edad que se llevó al viaje un saco de dormir y se metía en él, en la cubierta de popa, para ir haciendo ganchillo mientras contemplaba el paisaje. Eso sí que es planificación. Pero a falta de prendas adecuadas, tampoco es mal remedio, cada mañana, en el bufé, meterte un platao de salmón ahumado exquisito para que te haga una película de omega 3 en tu organismo. Pequeños trucos a la gijonesa. Hasta aquí los detalles de Hurtigruten. De lo visto desde Hurtigruten hablaremos más adelante. Umm. Qué ganas de tomar salmón. Y bacalao. Y centollo. Umm. Grrrrr. Ahhhhh.