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Adrián Ausín

Campo y playu

Casas balneario

(Doce días en Noruega 6)

Lo primero que llama la atención en medio del paisaje costero montañoso es la existencia de casas sueltas en todas partes. Entre dos moles rocosas se abre una pequeña llanura verde, o amarilla, frente al mar y ahí se dispersa un ramillete de casas de madera tipo Monopoly. Muy curiosinas. Muy limpinas. Siempre pintadas de colores. Rojo carruaje. Amarillo mostaza. Azul pálido. Negro café. Merengue. Con los prismáticos, en ocasiones no ves ni la carretera por la que se conectan con la civilización. Debe de haberla. Pero tal parece que viven solo mirando al mar y a la pesca. A veces es una casa sola a las faldas de un monte, la cual parece vulnerable a un rugido del Mar de Noruega. Con que se levante una ola encabritada parece, desde el barco, que la engullirá con suma facilidad. Ahí están. Sin estrés. Sin civilización a su alrededor. Como si habitaran en ellas descendientes directos de los vikingos, ya refinados por el paso de los siglos, pero que nunca hayan visto la ciudad. Otro dato curioso es que no hay ruinas. Ninguna. Como si una ruina fuese a contaminar este estado perfecto de pureza nórdica: aire puro, agua helada, monte, pinares, ríos que desembocan el océano y, alguna noche especial, una aurora boreal para completar este cuadro de absoluta irrealidad.

¿Dónde están las prisas en Noruega? ¿Dónde habita la picaresca? ¿Dónde gritan? ¿Dónde pitan los coches? En ninguna parte. El hombre, en Noruega, se confunde con la naturaleza hasta donde esto resulta posible. La armonía es máxima. Pese a que tanto confort tiene un secreto oculto bajo el agua: el petróleo que les ha convertido en un país inmensamente rico. Sin embargo, antes del petróleo, el paisaje costero debía de haber sido exactamente igual. Donde ha servido de palanca es en Oslo, con edificios supersónicos de cristal, pero también perfectamente integrados, y en la infraestructura de túneles, carreteras, trenes… La vista desde el barco es un placer para los sentidos. Y las casas resumen en su sencilla esencia esa placidez noruega. Cierto: hace un frío que pela. Cierto: en ocasiones no hay noche y en ocasiones no hay casi día. Faltaría más. Todo tiene una explicación. Y el clima es fundamental para razonar por qué los andaluces son la alegría de la huerta y los asturianos, con sus virtudes, unos llorones que no dejan un solo día de mirar al cielo. En Noruega adoran España. Les falta vitamina D. Pero eso no quita para que cuando ves su hábitat te parezca una idílica postal donde te quedarías a hibernar largo tiempo. ¿Será aburrido? Seguramente. ¿Sería posible una combinación de naturaleza noruega y tiempo andaluz? Va a ser que no. No dejas de mirar sus casas mientras el barco avanza. Qué distinto es todo aquí. Qué irreal.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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