El caso de Mónica ilustra la situación. «El dueño me avisó, pero no me lo creí hasta que me vi dando un salto y gritando como una chiflada. La gaviota se había tirado en picado para cogerme el pincho». El susto de esta gijonesa es moneda corriente este verano en Concepción Arenal, una plácida calle peatonal a la espalda de la iglesia de San Lorenzo con un par de terrazas elegidas por muchos precisamente por estar aislada del mundanal ruido en pleno centro de la ciudad.
Una gaviota, siempre la misma según los testigos («tiene una pata más gruesa que la otra»), ha venido a quebrar esa paz sin ningún miramiento. Las descripciones no dejan lugar a dudas. «Es agresiva». «Tiene una actitud desafiante». «Camina como si fuera la dueña de la calle». «No se corta un duro». «Está aquí todos los días».
El café de la Academia es su principal víctima. La terraza es descubierta y la gaviota cae en picado sobre sus mesas en cualquier momento. «Hoy mismo le llevó el cruasán al pescadero del Arco y rompió un plato», cuenta la dueña del negocio, Ana María Casais, quien sitúa la franja horaria más activa de la gaviota entre las doce y las cinco. La situación, indica, viene de atrás, pero este verano se ha disparado «y la gente se queja». Además de los problemas con la clientela, el parte de guerra es continuo. «No te puedes imaginar la de copas que nos rompe».
Hace apenas tres semanas, los hosteleros y el Consistorio local anunciaron la campaña ‘Tengamos la tapa en paz’, pero Casais es totalmente escéptica con medidas como proteger el pincho con una especie de colador. Pues lo tiran todo igual.