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Adrián Ausín

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Tercer grado a un torero

La última faena de Fernando Fernández-Guerra fue publicar, en agosto, una biografía de Jorge Ilegal, amigo de la infancia. Pero Guerra fue torero antes que fraile. En su briosa juventud, este ingenioso gijonés de 61 años llegó a ser conocido en las plazas como Fernando Guerra ‘El harenero’ (por el harén de mujeres que llevó a apoyarle a Oviedo en una ocasión). Aunque recuerda con pasión aquella etapa, hoy comenta irónico que «estaba más por el aire que en el suelo», de ahí aquella frase profética de su madre cuando le dijo solemne: «Ay hijo, cuánto vas a ganar con los toros cuando lo dejes». Y según cuenta entre risas, así fue.


Situamos a Fernando Guerra ante el foco de la polémica que amenaza con dejar a Asturias sin corridas de toros al sumarse el Partido Socialista a la corriente antitaurina y le sometemos a un tercer grado breve, pero intenso, a ver cómo defiende esa profesión de torero que tanto amó.
img-20171005-wa0003–¿Cuánto sufre un toro en una corrida?
–Hay que distinguir entre sufrimiento físico y moral, que no padecen los seres irracionales. El físico esta por demostrar, ya que el toro, al igual que un boxeador, acomete sin cesar y sin dar muestras de dolor. No obstante, ¿dejamos de comer oricios apiadándonos de su sufrimiento? No, los escaldamos.
–¿Sufre más o menos que una vaca en el matadero?
–El estudio de la Asociación de Veterinarios Especialistas Taurinos dice que los niveles de endorfinas en el embarque, transporte, enchiqueramiento y post-mortem no indican mayor estrés que el de la vaca de matadero. El toro se desahoga en la lidia y esto disminuye su estrés.
–¿Hay una reminiscencia de circo romano en los toros?
–Y, desde los minoicos, de toda la civilización mediterránea. Nuestra lengua, derecho, teatro, juegos e incluso la política son hijos de Roma. Los ritos occidentales (incluidos los toros) forman parte de nuestro acerbo. Están impresos en el ADN europeo. A eso se le llama tradición.
–¿Es de mal gusto acudir a ver matar un animal, sea cual sea?
–Acudir a los toros no es obligatorio. El taurino exige el derecho a lo contrario, pero no se regodea en el placer de ver morir. La muerte es el final, no el objeto de la faena. Lo que emociona es ver un hombre conjugando fuerza, entendimiento y voluntad para construir una obra plena de valor, técnica y arte.
–¿Qué siente el torero cuando hinca la espada al final de una faena?
–Si se vuelca poniendo cuerpo y alma y tiene la fortuna de acertar, le llena de orgullo provocar una muerte fulminante e indolora. Y en correspondencia el público, que no es sádico, reclamará los trofeos.
–Si se acepta mejor la muerte de otros animales, ¿cómo se vería una corrida con jabalíes, por ejemplo?
–Deploro a los perriflautas maltratando su propia salud con drogas mientras dicen defender a los animales. El jabalí huiría, pero el toro posee una singularidad: es el único animal que acomete en vez de huir. El hombre la aprovecha para ofrecer una mezcla de rito sacrificial y espectáculo social.
–¿Olvida el antitaurino que siempre ha habido en el menú del hombre animales de todo tipo?
–El omnivorismo es esencial en la adaptabilidad del homínido al medio, versatilidad y progreso intelectual. Si un vegano quiere ser listo, resistente, rápido, inmune y fuerte se hará omnívoro. Por cierto, la carne de lidia es mas ecológica y exquisita que la del vacuno manso.
–El toreo es un símbolo de la identidad nacional. ¿Perderíamos una esencia con su prohibición?
–Su prohibición anularía un signo de pertenencia (la fiesta nacional). No se prohíbe por razones morales sino por interés. Formaba parte del plan catalanista antiespañol, ahora lo vemos. Muchos anhelan destrozar el Régimen del 78, el de las libertades, manipulándolas para destruir el sistema.
–¿Dónde recibió usted mas cornadas; en el coso o en la calle?
–En el coso solo recibí una cornada superficial, aunque me dejó un costurón en la espalda de treinta centímetros. Me dolió poco en el cuerpo y menos en el alma porque era un gaje del oficio. En la calle las cornadas duelen mucho y no curan. Los neoinquisidores sueñan con imponer el pensamiento único del igualitarismo por encima del concepto europeo secular de libertad.
–¿Sería la peor cornada ver prohibir las corridas en su ciudad?
–Es preciso relativizarlo todo. Con ser los toros mi vida, mi vida es algo más que los toros. Si en Gijón se perpetrase la fama de insensatos que tenemos los asturianos, yo continuaría viajando para ver toros.
–¿Qué diría a los antitaurinos?
–A los interesados les aplicaría la legislación vigente y a los bienintencionados les pediría ampliar su información. Los invitaría a una finca ganadera y a una corrida explicada. Entonces, desnudos de todo prejuicio, buscarían la verdad concediéndose la oportunidad de cambiar de opinión, pues la verdad nos hace libres.

ggggGuerra, gijonés nacido en el sanatorio del Carmen, además de torero ha sido periodista, dj, manager de Ilegales, hostelero (tuvo El Furacu), currante de la Universidad Popular y de la Fundación Municipal de Cultura; y es (recién jubilado) entrenador de baloncesto, escritor y experto en tauromaquia. Su mejor faena, recuerda, tuvo lugar en Alcázar de San Juan con un ‘raboso’ de Santos Alcalde. Tenía 51 años. En ésta nadie negará que ha cogido el toro por los cuernos. ¿Pitos, ovación y vuelta al ruedo,o dos orejas y rabo? El lector es soberano.

 

(Publicado en El Comercio el 13 de octubre de 2017)

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Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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