Cuentan que el británico Isaac Newton concibió sus leyes gravitacionales en 1666 al ver caer una manzana. ¿Bebería sidra? Si tenía buen gusto, seguramente sí. ¿Asociaría teoría y práctica patentando una marca ad hoc? No lo parece. La ciencia, normalmente, da pasos cortos; hasta que llega un genio y ¡zas! Pero siempre queda un tramo de gloria para el siguiente. Así, casi tres siglos después llegó un tal Albert Einstein para destaparse con su teoría de la relatividad y, de paso, reformular los asuntos gravitatorios de Newton. Y ahora, otros cien años más tarde, unos señores llamados Rainer Weiss, Kip Thorne y Barry Barish y una entidad denominada LIGO han podido demostrar la existencia de las ondas gravitacionales que ya había intuido, pero no demostrado, Einstein. Ahí es nada.
Faltaba, no obstante, la cuadratura del círculo. Y esa ha venido de la mano de la Fundación Princesa de Asturias, fiel a su máxima de iluminar todo aquello que toca. La Fundación concedió a estos últimos el Princesa de Investigación Científica y Técnica 2017 (luego recibirán el Nobel). Pero no contenta con eso aunó la manzana de Newton, la gravedad de Einstein y las ondas de Weiss, Thorne, Barish y LIGO; y los metió en una botella verde Asturias que bautizó como ‘Sidra gravitacional’. La edición limitada, cuajada en las alquimias del llagar La Morena, de Siero, se descorchó en la Universidad de Oviedo el jueves de la semana pasada en una cata de honor ante los premiados que mereció todo tipo de alabanzas. Este éxito, pasados los días, ha creado tendencia en el Paraíso Natural y, cómo no, en Gijón, capital mundial del líquido elemento, donde la sidra no solo reina ya en el chigre, en el espacio aéreo comprendido entre la botella y el vaso y en los paladares autóctonos. La gravitación reinante se ha extendido también, en el imaginario colectivo, al espacio interestelar circundante, salpicado ayer mismo a primera hora por un ejército de botellas procedentes de llagares de toda la región, desde Frutos hasta Viuda de Angelón; desde Coro hasta Alto del Infanzón. Los vidrios gravitatorios llegaban en suaves oleadas y se depositaban gráciles sobre bancos, jardines, alféizares y balaustradas para deleite de los locales. Formaron incluso monumentales árboles de sidra, cuajados de lágrimas verdes, como el que causó sensación en el paseo del Muelle. Incluso se pudo apreciar un ejemplar de la ‘Sidra gravitacional’ alumbrada en Siero. Los parroquianos comentaban en pequeños corros que no habían visto nunca llover pomares, pero tras la sorpresa inicial daban por bueno este singular y refrescante fenómeno. Si en vez de ver la manzana caer ésta le hubiera dado en la cabeza, Newton tendría la patente. Pero con paciencia y buenas cubas todo acaba por llegar en su justo momento.
(Publicado en EL COMERCIO el viernes 27 de octubre de 2017)