En ocasiones, el día perfecto se puede convertir de repente en un pequeño infierno. Basta por ejemplo perderse en una ruta por la nieve, hasta entonces maravillosa, y que el reloj marque las cinco de la tarde. Con una hora de luz por delante, sin frontal ni ropa adecuada, con la botella de agua vacía, con las piernas cargadas después de tres horas de raqueteo perfecto y una última dando palos de ciego por caminos sin pisar, dos gijoneses acabaron por sentir el miércoles que la situación se había tornado un pelín crítica. No como para llamar al 112 ni mucho menos. Pero sí para tomar una decisión compleja.
Perdida la ruta circular al cortarse el camino en un argayo había que decidir: caminar dos horas y media más en sentido inverso con la noche y el frío por compañeros, o salir a la carretera que se distinguía al otro lado del valle y enterarse (como sospechaban)de que ésta distaba 15 kilómetros de Isoba, donde habían dejado el coche. El debate lo ganó la carretera, una de las más bonitas que traza la montaña astur-leonesa, la del puerto de Las Señales que conecta Puebla de Lillo con el alto de Tarna. Pero también una de las más recónditas, por donde un día de labor puede pasar un coche cada hora. Suerte que el miércoles era fiesta. Pero, ¿hacer dedo a estas alturas? Eso ya no se lleva.
Los gijoneses paran al primer coche con un gesto. Va hacia Tarna. Al menos, ya saben que deben caminar en sentido inverso. Al cabo de diez minutos divisan al final de una recta al segundo coche. Está parado. Pero justo se están subiendo sus dos ocupantes para marchar. Se impone echar una carrera. César y Rosi estaban haciendo unas fotos junto a una pequeña cascada. Empezaron el día en Campo de Caso, subieron Tarna, bajaron Las Señales y se disponen a volver a Tarna. Sin embargo, aprecian en sus interlocutores un cierto agotamiento. No saben dónde está Isoba, pero enseguida se ofrecen a llevar a los extraviados hasta el primer pueblo de León desde el alto de San Isidro y, ya de paso, volver a Gijón por este puerto. César y Rosi son también de Gijón, pero esto se sabrá cuando los cuatro nuevos ‘amigos’ van ya montados camino de Isoba.
La maravillosa excursión circular por el valle de Pinzón convertida al final en un pequeño infierno acaba con cuatro gijoneses tomando un reparador café en Casa Federico, ya en Isoba, donde empiezan a aflorar amistades comunes, conexiones laborales y aficiones; como la fotografía, que llena la vida de César Colado; o dolencias comunes, como la rodilla de Rosi y la de quien escribe. Los montes nevados son un paraíso para el caminante por las caprichosas vistas que ofrecen y la ausencia total de sonidos. A veces, también pueden dejarlo perdido. Pero el desenlace, al calor de Casa Federico, en un pueblo con nombre de cuento, bien merece haber vivido esta pequeña historia.
(Publicado en EL COMERCIO el viernes 8 de diciembre de 2017)