Un joven lleva al güelu a Cabueñes con una parálisis que le afecta a la mitad de su cuerpo. El señor pasa de los 90 años y en Urgencias le notifican que la cosa no tiene remedio. Plantean internarlo con un tratamiento farmacológico y el chaval pregunta: «Pero eso, ¿no puede tomarlo en casa?». La respuesta es afirmativa. El hospital le ofrece entonces una ambulancia para regresar al hogar, en la zona rural de Villaviciosa, pero rechaza la oferta:
–Trájelu yo, llévolu yo.
Lo más sorprendente se produce cuando sale de Urgencias. El intrépido interlocutor se sube a una motocicleta, dice al güelu que se agarre con el brazo bueno y arranca para perplejidad del personal sanitario.Así se las gasta el hombre rural asturiano, ese campesino forjado entre vacas, gochos y pitas por el que la Unión Europea ha mostrado ahora una preocupación desconcertante. Teme el efecto del cucho y los purines en su organismo por la cantidad de amoniaco que desprenden estos seculares fermentos a la atmósfera. Sin embargo, nadie ha podido constatar médicamente desde la Edad de Piedra hasta la de los Señores de Traje y Corbata que un aldeano asturiano tenga peor salud que un broker de Corrida Street. Más bien exactamente al contrario. El caso del Hospital de Cabueñes es real. Ocurrió hace unos años. No muchos. Cinco o seis, según fuentes bien informadas.
Aquel güelu con parálisis quizá tuviera en realidad un ataque de amoniaco encubierto y nadie supo diagnosticarlo. Seguramente, lo estén investigando ya desde Bruselas, donde habrá crecido la sospecha de que aquella boina calada del viejo maliayo fuera en realidad una boñiga perfectamente calcificada. Y eso, en pleno siglo XXI, no se puede consentir en la Vieja Europa, sostienen nuestros preparadísimos eurogobernantes.
Otra mujer rural, ingresada en planta, recibió en una ocasión muy malencarada al médico.
–¿Tú qué quies?
–Nada, señora, ver cómo está.
El doctor la ausculta y le informa de que va todo bien. Pero falta la guinda.
–¿Cuánto me vas a cobrar?
–Nada, señora.
–¿Entonces tú qué vives del cuentu?
¿Se dan cuenta de los estragos que hace el cucho? Ignorábamos, salvajes como somos, que vivir entre vacas, gochos y gallinas, respirar a diario sus deposiciones destroza lentamente el intelecto de nuestro hombre rural, provoca parálisis a los noventa y confiere un descaro absolutamente intolerable. Menos mal que tenemos a la Unión Europea para meternos en vereda.
(Publicado en EL COMERCIO el viernes 26 de enero de 2018)