Hay ventanas privilegiadas en Gijón. La mayoría solo tienen vistas al bloque de enfrente y eso, salvo afán de cotilleo, aporta más bien poco. Otras miran al mar, palabras mayores. Yluego están las que viven en contacto directo con la naturaleza. En Fontaciera, en plena zona rural, la ventana de un joven matrimonio no deja de sorprenderle un día tras otro. Su casa es la última de una empinada cuesta y tras ella, al otro lado de un vallado traslúcido, hay toda una selva autóctona a su disposición. Entre manzanos, zarzas y praos, la vida salvaje asturiana se manifiesta con una naturalidad pasmosa. En especial, a primera y última hora.
Según cuentan, están incluso cansados de ver corzos. Es habitual divisar jabalíes, que han llegado a entrar en su parcela. Y tampoco se les ha resistido el gato montés, al que han contemplado incluso en disposición de cazar a un precioso pájaro en posición de reposo. Al final, la sangre no llegó al río.El cambio de año ha traído una novedad: el raposo. En este caso no se trata de un depredador de paso, sino más bien de un vecino que ha llegado para quedarse. El matrimonio intuye que tiene su guarida en unas zarzas próximas, pues el bicho se deja ver muchas mañanas. También a media tarde. La cosa se ha vuelto tan familiar que han llegado a abrir la ventana para llamarle y ni se inmuta. Así es como han llegado a grabarlo jugando con una misteriosa pelota azul, a buen seguro robada con nocturnidad y alevosía. La sigue, la muerde, se revuelve con ella y vuelta a empezar. No es misión imposible contemplar un raposo en Asturias. Todo el mundo ha visto alguno en el monte o en la carretera. Ahora bien, tenerlo enmarcado en la ventana de casa haciendo carambolas con una pelota parece más bien ciencia-ficción.
El raposo de Fontaciera muestra un pelaje reluciente y aparenta estar bien alimentado. Tanto como para tener serias sospechas de la existencia de una conexión entre su presencia monte arriba del valle y la desaparición de gallinas que ha empezado a tener lugar en una casa situada, también en un alto, a apenas 500 metros. No hace falta ser inspector jefe para atar cabos.
Hace justo un año, en el alto de La Madera, un vecín puso una trampa para el raposo tras perder hasta 19 aves en una carnicería digna de ‘La matanza de Texas’. Lo cogió. Sin embargo, luego pasó pena por el bicho y lo soltó. Eso sí, en otro valle lejano. ¿Qué pasará en Fontaciera? Ver al raposo haciendo malabares con una pelota azul desde la ventana es un espectáculo demasiado hermoso como para ‘perdonarle’ unas gallinas.
(Publicado en EL COMERCIO el viernes 16 de febrero de 2018)