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Adrián Ausín

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Aquellas tardes

En los años setenta, hace ya casi medio siglo, los gijoneses tuvimos un privilegio que acaso solo hayamos sabido valorar una vez perdido. Aquel Sporting de entonces era oro puro. Jugaba como los ángeles y goleaba casi con la facilidad que lo hacen hoy el Madrid y el Barça. Castro, el entrañable maizón, era una garantía bajo los palos. Redondo, pura sobriedad; Maceda y Doria

 

no dejaban pasar a nadie; aunaban dureza y elegancia; y Cundi, facultades, lo decía todo con su apelativo. Qué decir de Joaquín, a quien silbaban cuando empezó por la banda derecha. Acabó siendo el mejor centrocampista rojiblanco de todos los tiempos. Ciriaco ponía el orden, la 1978conducción y finalizó su carrera metiendo penaltis en prosa y en verso. Mesa era un cuchillo. Jugaba al galope, con su melena al viento, regateando a propios y extraños. El chico de la mochila le llamaban por su galopar encorvado, «¡quillo!» por su origen gaditano. Si hasta ahí era espectacular, la delantera quitaba el hipo. Lo nunca visto. Estratosférica. Morán por la derecha, 1979serio e introvertido, puro regate, puro talento. Ferrero, por la izquierda, un abusón que llegó a marcar goles tras dejar atrás a cuatro y cinco defensas. En su soberbia, en ocasiones, regateaba a un defensa dos veces; una en ataque y otra ¡en sentido inverso hacia su portería! Solo cuando éste caída doblado al suelo seguía adelante. Qué chupón era. Faltaba Quini, ¿lo conocen? El hombre gol, el ariete puro, el carisma, el pillo, la cabeza de oro; el aglutinador de todo lo demás. Atrevámonos a ponerle algún defecto: no tiraba bien los penaltis, le costaba maquinarlos, pero así todo metía bastantes. Y esa bondad suya… acaso no fuera buena para ganar una Liga. Eso le va más a Hugo Sánchez. Al bueno de Quini y a aquel equipazo de ensueño quizá no solo le robasen la liga los árbitros (que también), sino la falta un pequeño plus de creerse de verdad que podíamos ganarla. Es hacer de abogado del diablo decir esto, pero puede haber un poco de verdad en ello. El Sporting de finales de los setenta, el de Quini (no olvidemos a Uría, aquel jugador número doce de suculenta técnica que regateaba a cinco tíos seguidos y cuando estaba ante el portero tiraba el balón a las nubes, ¡ay Uría si hubieras sabido disparar como él!) nos permitió a los gijoneses niños de entonces crecer con la idea de aquello era normal y luego, como la vida, despertar de un mal sueño al tomar conciencia de que nunca jamás volveríamos a ver algo parecido aunque vayamos a vivir doscientos años, que tampoco.

Nos queda el tesoro del recuerdo y la amargura de que de aquel Sporting galáctico se fue deshojando sin un solo título en sus vitrinas. La Real Sociedad, con muchísimo menos, ganó dos ligas seguidas. Se lo creyó. De aquella alineación han desaparecido los hermanos Castro (De Castro en el DNI). El portero y el delantero centro. Dos hermanos que han encarnado como nadie la conjunción del talento y la nobleza. Sin Quini en el campo, sin aquel pillo que de los 30 a los 35 años, además de marcar goles de todos los colores, aprendió a jugar al fútbol como los ángeles, pasamos a tener al Quini estandarte, al hombre querido, admirado y abrazado en todos los campos de España. La noche del 27 de febrero también perdimos eso. ¿Yqué nos queda ahora? Contemplar a Cundi, Joaquín, Morán, Ferrero… portando su féretro en El Molinón ha sido un desgarro, un trago demasiado amargo. El bueno de Quini ya no está. Se ha volatilizado en un instante. Y de hoy en adelante, por muchos homenajes que le hagamos, los gijoneses tendremos que aprender a convivir sin ese referente del que nos sentíamos tan orgullosos. No tenemos buque insignia. Nos falta aquel ídolo de los cromos y de la calle que irradiaba carisma, bondad y simpatía. Y eso no tiene solución alguna por mucho consuelo que la busquemos.

Queda solo mirar al Sporting actual y emplazarlo a devolverle el domingo en Sevilla acaso una porción infinitesimal de todo lo que Quini nos dio con una victoria rotunda y brillante, como si fuésemos aquel equipo de ensueño de los setenta. Ese ha de ser el primer tributo, ¿verdad Jony? Como si os estuviera viendo. Va por ti, Brujo.

(Publicado en EL COMERCIO el viernes 2 de marzo de 2018)

 

PD.-Quedó pendiente hablar de ese Sporting setentero justo anterior al que casi gana la Liga en el que brillaba con luz propia Tati Valdés, otro crack. Veía el fútbol como nadie y daba unos pases milimétricos a los extremos aparte de tener un buen olfato de gol. Cuando en verano se fichaba a un extranjero raro para desbancarlo él decía: “Ya llegará el invierno”. Y cuando llegaba el invierno la batuta del equipo la tenía él y sólo él.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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